¿A dónde vas, generación indocta?
| ¿A dónde vas, generación indocta?
No sé cómo será el universo de pensamientos, sentimientos y valores de la generación que nos sigue o de la siguiente: todos los que hemos superado la barrera de la jubilación, 65 años, tenemos una formación de la “teoría” cristiana más o menos sólida. Pero las generaciones que siguen no tienen la suerte de acceder a tales enseñanzas. ¡Ay, estos demócratas de pacotilla! Ya recibirán su castigo eterno por retirar o banalizar la enseñanza de la religión en la escuela.
Nosotros al menos pudimos acceder al famoso Astete, que todos aprendimos de memoria. Ahí tengo todavía un manoseado y sobado ejemplar del famoso catecismo que por nada del mundo quiero que se me pierda: con cada pregunta-respuesta rememoro rincones de la clase, olores y colores, claridades, luces, el fraile sentado encima del primer pupitre, cantilenas a coro respondiendo al preguntón de turno... Emocionante.
Sonrío al comparar aquellas sesiones memorísticas con lo que todos hemos visto en TV, niños de países islámicos sentados en el suelo moviendo compulsivamente la cabeza y engullendo páginas y páginas de El Corán. ¡Qué poca diferencia entre el reino español católico de los años 40-50-60 y el paraíso arábigo afgano iraní!
Digo que no sé cómo será ese universo “espiritual”: ya la mayor parte de nuestros hijos, no digamos los nietos, no tienen ni idea de los dogmas cristianos. Saben algo por ósmosis social, por la omnipresencia del catolicismo, por la necesidad general de acudir a bautismos, bodas o funerales, por los cuadros que cuelgan en las paredes del dormitorio... Pero –oh horror-- ya ni siquiera pueden distinguir entre “signarse” y “persignarse” ni cuándo arrodillarse o levantarse en la misa, algo vital para la plenitud espiritual de una persona.
Constato que incluso en el Reino de David, por lo que dicen los salmos, también había ignorantes de la fe, descreídos o apologistas de la negación. Y en el cristianismo, cuando leemos decretos conciliares prohibiendo tal o cual costumbre, caemos en la cuenta de que tales prácticas existían: curas con su barragana, festivales de putas que acudían al socaire de un concilio, bailes dentro de las iglesias, venta de bienes eclesiásticos, etc. Pues lo mismo: cuando el profeta del domingo o el Papa o el cura claman contra el laicismo rampante y ésa parece ser la principal preocupación de hoy, es que la marea es más fuerte de lo que parece.
También a mí, felizmente liberado de credos aunque conocedor de todos, me suele embargar la duda: ¿estaremos perdiendo un bien inapreciable, el de la fe? Sentimiento pasajero. Esa petición que en forma de negro espiritual aprendí – “dame la fe de mis padres”, “old time religión”, “Deume la fe dels meus pares”, —no es sino fruto del tiempo, un tiempo donde la compulsión a creer adquiría tintes punitivos.
Puestos a buscar bobos, en la historia creo que ha habido tantos idiotas crédulos como imbéciles descreídos. Mutuamente se suelen calificar de tal guisa. Y no falta razón al hablar así: tanto los que creen como los que no creen suelen hacerlo sin reparar en ello, sin saber lo que creen o no creen, por compulsión, sea ésta de la especie que sea, las más de las veces por inercia social.
Pero también hay gente que sí piensa, que sí apuesta por una u otra postura, gente convencida de su ideología, que aporta sus razones, que tales razones se convierten en criterios de actuación y que su conducta es consecuente con lo que afirman.
Las razones de quienes ponían en solfa los credos, y con ellas las cabezas que las soportaban, fueron raídas y aniquiladas por la fuerza de los que sí creían. Tampoco podremos saber nunca cuántas personas devotas -–a la fuerza— eran en realidad no creyentes, quizá más de las que suponemos.
Ahí están, por más que se empeñen en despojarlas de valor, las dudas y razones de gentes que de buena fe decían no tener esa fe y, por encima de coerciones, dudaban. Siempre ha sido así y el escepticismo y la negativa a creer ha tenido en todos los tiempos la misma estructura que la tiene hoy:
- la existencia de un dios es algo sobremanera improbable.
- el orden natural no necesita de un motor primigenio
- no es concebible tanto mal, y menos en su nombre
- la religión se ha rodeado o ha sido causa de odio y de conflicto
- la claridad con que veían cómo la religión es la espuma del caldo de cultivo de la ignorancia y la superstición
- parece que muchas cosas de la religión son pura invención humana
- siempre ha habido comentarios sagaces sobre cómo la religión refleja y reproduce deseos y proyectos humanos
- hay creencias alternativas contrarias y menos perniciosas
- las religiones personifican a sus dioses y unos son ancianos venerables, otros son guerreros temibles, otros amorosos pastores... señales inequívocas del origen humano de las religiones.
Hoy al menos conocemos con su nombre y apellidos a muchas de esas mentes lúcidas aunque todavía algunos tengan que esconder el “nick” por el efecto nocivo que su divulgación pudiera tener en su propio entorno laboral.
Ya es dramático para las religiones que después de tantos siglos, milenios, todavía se dude de lo que no se puede dudar: Dios.