…vinieron estos lodos.

Las ideas, por más que algunos defiendan lo contrario, cual es que se puede decir y divulgar todo lo que venga en gana, nunca son inocuas.  De la permisividad durante cuarenta años con las ideas separatistas han venido estos “jaleos” independentistas.

Lo mismo ocurrió con  el caldo de cultivo de la Ilustración y  la olla en ebullición de la Revolución Francesa. De todo esto, defendible en su sentido de progreso intelectual, científico, social y laboral surgieron corrientes desviadas o extremistas. La II República española nació con el optimismo del progreso y del cambio: ¿quién la encaminó hacia la revolución, hacia la anarquía y hacia el desorden institucional?

Ya en pleno siglo XIX surgieron, como movimientos mesiánicos de liberación de las masas oprimidas, el marxismo y el anarquismo, frontalmente enfrentados al ideario cristiano resumido por León XIII en su Rerum Novarum. ¿En qué derivaron? En matanzas y persecuciones, como las sucedidas en la Rusia bolchevique, en México durante el periodo cristero y, sobre todo, en el tremendo crimen de los asesinatos de religiosos en España.  No eran hechos puntuales o coyunturales, surgió todo un estado revolucionario sustentado por el poder político.

Las acusaciones contra la Iglesia eran de lo más variopinto, principalmente que ésta se oponía al progreso de la razón y, aliada con el poder, coartaba la libertad del pueblo, libertad de opinión y de expresión. Había algo de cierto en esto, pero no en el grado y en la deriva de invenciones para justificar el desmadre persecutorio y destructor.

Comenzando por el siempre y permanente tópico de la Inquisición, con toda suerte de caricaturas, se achacaba a la Iglesia el educar a las masas en la superstición, en favorecer el oscurantismo en las ideas, incluso se inventaba toda una suerte de crímenes históricos. Todo esto, mezclado y amalgamado, era motivo suficiente para esgrimir la segur y segar el campo de la credulidad detentado por los servidores del credo.

El marxismo, del que nació el comunismo libertario, así como el anarquismo, se cebaron en la Iglesia calificándola de fiel servidora de los explotadores e inspiradora del ideario retrógrado; se achacó a la Iglesia que embaucaba a los trabajadores y especialmente al estamento femenino propiciando la sumisión y el acatamiento de las ordenanzas políticas, fuera cual fuera su signo, siempre opresor. Su destino no podía ser otro que el de raer tal estamento opresor de las conciencias y dejarlo arrinconado, por la fuerza, en el basurero de la historia, como algunas veces se ha dicho.

Tales acusaciones ha calado profundamente en determinadas masas populares, que todavía se mantienen. Incluso se nos podría acusar a quienes aquí escribimos de lo mismo.  Hay algo de cierto en lo que tales monstruos del pensamiento, marxismo, comunismo y anarquismo propalan.

Hay sin embargo diferencias fundamentales,  cuales sonque ante todo ha de primar el respeto a la persona, la deferencia ante sus ideas que nunca son ni revolucionarias ni destructoras, el reconocer que el cristianismo ha conformado la sociedad occidental, que ha traído avances sociales e incluso muchos de sus miembros, clérigos, han sido relevantes figuras del pensamiento y de la ciencia.

Es curioso advertir cómo en el pensamiento de Salvador de Madariaga que, a pesar de su aversión a la persecución religiosa ocurrida en España,  en él encontramos una cierta comunión de ideas con sus promotores intelectuales.  No le falta razón al decir que la Iglesia ha estado durante siglos anquilosada intelectualmente, que se había olvidado de los pobres, que había dado de lado a los obreros.

Lógicamente, todos ellos le fueron dando la espalda y muchos, por una parte, siguieron el ideario de quienes prometían un mundo feliz y redentor y, por otra, buscaron la manumisión de su situación precaria laboral y salarial afiliándose a sindicatos del signo conocido por todos.

Como lo cortés no quita lo valiente, ni hay que ser radicales en defenestrar a la Iglesia ni hay que  ver en tales movimientos la cura de los males que aquejaban, y aquejan,  a la sociedad.  Es excesiva la cantidad de tópicos que se achacan a unos y defienden a otros. ¿Cómo no admitir que la Iglesia durante siglos ha llevado a cabo una obra asistencial de ayuda a los oprimidos?

¿Cómo olvidar que de su inspiración han nacido instituciones y centros de enseñanza que han redimido de la ignorancia a grandes capas de la población? Y no se diga que la Iglesia se ha dedicado, sólo, a las capas elevadas porque también lo ha sido con hijos de trabajadores y campesinos.

Y si de labores sociales relacionadas con la promoción de las gentes humildes, algo que no han hecho los sindicatos, fue el proporcionar créditos en inmejorables condiciones a personas con deseos de progresar en la vida, como fueron las Cajas de Ahorros.  Son “pequeñas” cosas, cierto, pero justo es reconocerlas.

¿Van a decir que al expresar todo esto hemos cambiado de opinión y retornamos al redil? En modo alguno. Los credos son lo que son; las personas están ahí; los hechos no se pueden negar; las ideas perversas surgidas “a la contra” no tienen virtualidad alguna, menos si se defienden y se expresan por la fuerza y menos si se tiñen de sangre.

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