A vueltas con la reconversión.

El festivo San José, "Pater Putativus" (supuesto padre), o sea, Pepe, es personaje simpático que no genera ni rechazo ni preocupación. Honremos su necesaria existencia. Dejémosle al lado porque es tiempo de Cuaresma.  

Testimonios hay para lo uno y para lo otro, tanto para desnortados que encuentran la luz en la fe como para convictos de credulidad a los que llega un chispazo de la misma que les hace caer en la cuenta del cuento que es creer en lo que, al fin, no tiene fundamento alguno.

Lo normal no es ni lo uno ni lo otro, ni caer del caballo cegados por la luz divina y posteriormente seguir acumulando doctrina a la luz de dicha luz, ni ser como el clérigo anglicano que, aunque no creyera en nada, él dominaba su oficio y sabía cumplir a la perfección los ritos obligados.  O como yo, que puedo poner música a cualquier festividad del año sin dirección espiritual alguna (benévolamente atiendo a la beata de turno que pretende instruirme) pero percibo la vacuidad de lo que oigo.

Lo normal es continuar en la fe de los mayores  --"old time religion"-- seguir pensando que “debe haber algo”, lo llamen Dios u otra cosa, que lo que enseñan los curas no es nada malo, que hay ceremonias muy bonitas, que las Cartas del iluminado Pablo son muy profundas… y así hasta que a uno le reciten en la cama la recomendación del alma.

Volviendo al día pasado, la Cuaresma es tiempo propicio de conversión o reconversión. En algún artículo de este blog, supongo que muy pasado en años, cité el caso de un ex compañero  --se ha ido hace relativamente poco de nuestras tertulias-- que llegó a sacerdote y regresó al mundo después de muchos años de práctica.  Recojo en el recuerdo sus ideas aunque las palabras las pongo yo:  

“Echando la vista atrás no concibo, ahora, el haber pasado tanto tiempo sin pensar en lo que creía. Más bien sin pensar en los argumentos contrarios a eso que yo creía. Sólo después de haberme despegado de tantas creencias vividas con sinceridad me doy cuenta, primero, de cuán increíbles eran; y, por otra parte, al pensar en la cantidad de prácticas a las que me había entregado y a las que me había atado, sólo ahora puedo ver lo absurdas que eran”.

¿Pero cuál podía ser la razón profunda de tal atadura, de tal dependencia y, en el fondo, de tal esclavitud mental?

También echo mano de los tópicos traídos a cuento tantas veces aquí de tal porqué. Sí, por qué alguien se siente ligado de tal manera a sus creencias que no sólo las sigue sino que le parecen el modo más maravilloso de vivir la vida “en plenitud”, como gustan en afirmar, y por qué quiere enfrentarse con la ayuda de la gracia a los mil problemas que el devenir de los días suscita.

El nuevo converso reconvertido ve el asunto desde una nueva perspectiva y, obviando por sabido que el contenido dogmático se basa en soportes míticos seculares, siente que es capaz de gozar del propio yo que teje y sustenta valores nuevos; que es capaz de prescindir de tantos otros ya inservibles; que la moral que antes tenía, aunque siga teniendo validez, no la funda en palabras hueras de predicadores inspirados por un Espíritu; que, al fin, se siente libre de sentimientos de culpa inducidos.

Son muchos los seguidores del misterio, incluso con ministerio, que viven su fe como endrogados, como aquellos que tragan con lo que sea sin masticar. En palabras vulgares, "lavado de cerebro". Y en las que utiliza la psicología, "el refuerzo".

Cierto que tales misterios no tienen la consistencia de los apólogos morales ni de las fábulas para bien obrar. Son mucho más, por supuesto, primero por la sustancial conexión con las normas de conducta y, segundo, por el refuerzo continuado que reciben.

Las ideas religiosas, hasta ayer, han venido siendo inculcadas en la infancia. Son ideas-fuerza que en el niño, aparte de crear un mundo imaginativo, generan conciencia y criterios morales. Son, por ello, diferentes a los cuentos, fábulas o leyendas que, al llegar a determinada edad, quedan en el lugar que les corresponde, la imaginación.

Las creencias inculcadas en la niñez podrían correr un camino paralelo si no estuvieran asociadas a otros aspectos y a otros valores... y si no tuvieran el refuerzo que tienen. Son ideas, pues, “reforzadas” sistemáticamente. 

En los pasados decenios, la familia procuraba la instrucción primera y la vivencia elemental de la religión. El niño no sólo oía explicaciones que, inconcebibles en sí, él sentía como normales por recibidas de sus padres o primeros educadores; pero, además, veía cómo dichas enseñanzas eran practicadas por cuantos constituían su entorno social. Este refuerzo tenía una enorme eficacia en su mente.

Añádase que luego, en la escuela, el niño desarrollaba y ampliaba esos conocimientos memorizando infinidad de tópicos (tómese esta palabra en el sentido positivo) o ideas-fuerza que le servían como guías del pensamiento. La memoria es el mejor sustento del pensamiento.

A todo ese entramado familiar y escolar, imaginativo y conceptual, se añadía la práctica semanal, en algunos colegios,  diaria. Se sumaban las festividades que jalonan el año, los acontecimientos especiales como fiestas del lugar, procesiones, rogativas, ritos funerales con su enorme poder de sugestión, primeras comuniones, etc. etc.

Frente a todo eso, la mente normal no era ni es capaz de generar por sí misma no ya estructuras, hábitos o criterios mentales, pero ni siquiera pensamientos. Porque, además, dichos pensamientos, por consentidos, tenían la connotación negativa de “ser pecado”.

Adquirían un valor moral impropio de cualquier verdad. ¿Alguien puede imaginar ritos, festejos, dicterios, normativas y rogativas… relacionados con la circulación de la sangre o la función del hígado?

¿Cómo no decir que SÓLO cuando se ha salido de ese mundo crédulo es cuando uno se da cuenta de la irracionalidad de tales ideas y de lo absurdo de tales prácticas? Sí, únicamente cuando se ha podido situar la mente "al margen" de lo que otros creen y viven, es cuando aparece todo tal cual es.

Algo similar a cómo un fiel creyente piadoso y cumplidor pueda contemplar lo que fueron las religiones griega o egipcia con sus creencias en el más allá y su variopinta mitología. ¡Y en su inmensa mayoría egipcios, griegos y romanos eran personas piadosas! ¿Qué diferencia hay entre el fiel "mista" de otro tiempo, cuando honraba a Dionisos en los ritos mistéricos, y el de hoy arrobado ante el Santísimo Sacramento?

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