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Quien escucha regala la propia persona al otro, su interés por él sin condiciones. Quien escucha acaricia y reconoce la dignidad de quien tiene ante sí.
Sobre la importancia de la escucha, aún no hemos hablado suficientemente. Es un ejercicio noble, de densidad humana. El ser humano se narra y, en particular cuando sufre, tiene sed de “hospitalidad narrativa”. Anhelamos decir-nos en el lenguaje del otro y decir al otro en mi lenguaje, y al mismo tiempo esperar que ese esfuerzo también sea hecho por el otro.
Escucharse es una forma de cosmopolitismo narrativo, donde los encuentros no se dan en ninguna parte, sino en espacios de reconocimiento constituidos en el intercambio de narrativas terapéuticas, de construcción de biografías.
Decía Unamuno: El cuerpo canta; la sangre aúlla; la tierra charla; la mar murmura; el cielo calla y el hombre escucha.
El ser humano necesita ser escuchado también por personas expertas en hospedar el corazón de quien busca libertad, alivio, consuelo. Hacemos todos esfuerzo por reinventarnos, ser acogidos, en medio de los achaques de la vida.
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