Sí, sí, el silencio es cómplice. No deben reproducirse nunca más conductas que no respeten la dignidad de los menores, en ningún sentido.
Algunas víctimas, como Juan Carlos Cruz, que nos ha regalado la narración de su experiencia en San Camilo, han “resucitado como Lázaro”, en palabras suyas. Ha salido de un lugar muy oscuro y ha contado cómo fue abusado durante 8 años por Karadima. Él dice que, si no cuentas, se te acaba la vida, que contar es la cosa más liberadora que ha hecho y que la iglesia tardó en reconocer: esa es la historia.
La relación tan asimétrica entre abusador y víctima es caldo de cultivo para el sentimiento de culpa y para sufrir en silencio. Ahora trabaja para la Fundación para la confianza, y afirma que todavía está descubierta solo la punta de un icberg.
Qué bien: hablar, promover entornos seguros, acompañar víctimas, ayudar a los victimarios, restablecer y reparar. Este es el camino.