Engañosas Manifestaciones

Las concentraciones masivas, y más las rimbombantes y ruidosas, suelen ser interpretarse como signos veraces de pertenencia y de compromiso a la idea que las hizo posibles.. En ámbitos religiosos, la cercana posibilidad de “sacramentalizarlas” , les añade un plus de fiabilidad interpretada por muchos como indefectible. En vísperas de celebraciones multitudinarias, con adjetivaciones eclesiásticas, dentro y fuera de España, le reflexión sobre las mismas no será ociosa, sino necesaria.

. En la Iglesia, al igual que fuera de ella, la convocación de torrenteras de personas fieles, o adeptos-, resulta infaliblemente hacedera. Los expertos en “marketing”, así lo afirman y lo confirman con su propia experiencia. Una idea bien adobada, con contenido o sin él, un eslogan bien elegido para ser proclamado con resolución, una plaza gratuita en autobuses, trenes o aviones, un gustoso bocata, el acompañamiento de un grupo de amigos y una bandera del color que sea, pero con sus relucientes símbolos, son elementos fervorosamente efectivos para llenar plazas, calles, recintos deportivos y cuantas instalaciones sean precisas para “testificar” con griteríos y contundencia rechazos o adhesiones.

. En aglomeraciones de tipo religioso, las indulgencias, los premios eternos, la cercana contemplación del Papa y de los obispos, con sus ornamentos vanagloriosos, los cánticos y los rezos, sin faltar los silencios bien administrados, son otros tantos recursos indudablemente espirituales, que contribuirán a darle contenido a los actos masivos y proclamaciones de fe. La colaboración de los medios de comunicación eclesiales, como los sermones, hojas parroquiales, boletines y anuncios pagados o gratuitos, coronarán los números hasta alcanzar cotas inimaginables, si no es “a la luz de la fe”.

. Acerca de la fiabilidad ejemplar y constructiva de estas celebraciones, las opiniones de teólogos, sociólogos y pastoralistas son diversas y contradictorias. Para algunos, la Iglesia “triunfante” ni llegó ya, ni tendrá por qué ser acelerada su venida, si esta no es portadora de humildad, de humanidad, de sencillez y servicio. Para estos, jamás podrán interpretarse como “cristianos” gestos y acontecimientos que se puedan aprovechar en el infeliz pugilato por ser más que los otros, superándolos en número, emoción o fervor. Otros, no obstante, justificarán con epinicios fervientes y cantos de victoria, el triunfo de Cristo, y de sus seguidores, contra el mal y sus incondicionales. Para aquellos, cualquier satisfacción triunfal, por desbordante que sea, ni puede ser legítima ni eclesial.

. El engreimiento es siempre pecado en la Iglesia y fuera de ella. Desprecia a unos y enaltece a otros, hasta límites obcecados, obtusos y estériles. Las vanidades, y más se estiman y presentan como religiosas, ofenden a Dios al haber ofendido al pueblo, que es también pueblo de Dios.

. La tentación de engordar los números, las estadísticas y las comparaciones en relación con acontecimientos similares, pero no católicos, jamás será evangelizadora. Los números son siempre sagrados y, por mucho que algunos jueguen con ellos, y los desacralicen con vergonzosas manipulaciones, la Iglesia estará y actuará por encima de pasatiempos y de recreaciones. Las manifestaciones son “palabra de Dios”, pero siempre y cuando sean parte del lenguaje del pueblo y, por tanto, merecedoras de soberano respeto.

. No dejar de reflexionar a la luz del evangelio sobre las manifestaciones masivas de cualquier signo, y más si este es, se considera y presenta como religioso, es tarea de singular importancia en la edificación- reforma de la Iglesia de Cristo. Conformarse con los vítores, aclamaciones y fotos bien administradas y dispuestas no beneficia absolutamente nada a la Iglesia. aunque su jerarquía haya sido, y pretenda seguir siendo, partidaria acérrima y voluntariosa. El lenguaje de Dios no es el propio de la manada, de la grey, del hato o del “rebañito”. Es expresión de libertad responsable, humilde y humana.

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