¿Traje Talar?
Dirime cualquier cuestión semántica el Diccionario de la RAE. Que, con toda precisión y procedencias latinas, define el traje talar como” la vestidura que llega hasta los talones”, con aplicación sobre todo para los empleados por los eclesiásticos. En el lenguaje común, y para los hombres de Iglesia, el término “talar” se amplía hoy, reduciendo sus amplias y negras pliegues “sotanales”, con fórmulas tales como las amparadas por el anglicismo “cleryman”, con su alzacuello, su cruz y color preferentemente negro o gris. Los datos reales, y la observación pastoral somera, atestiguan que los trajes talares-cleryman habitualmente son los que visten los sacerdotes instalados en posiciones más conservadoras en la Iglesia, con manifiesta mención para los miembros de la jerarquía. El resto del clero, fuera de las celebraciones litúrgicas, suelen hacer uso de los trajes y atuendos comunes a los de las personas con las que conviven, sin insignia y distintivo alguno.
Ante tal panorama, no pocos, cristianos o no, se formulan algunas preguntas, para cuya respuesta más aproximada posible, subrayamos las siguientes ideas:
. En tiempos como los actuales, definidos tan mayoritariamente por la sana y constitucional pluralidad de la secularización y el laicismo, con índices tan notorios de aceptación democrática, sin violencia alguna y con gestos tan indicativos de complacencia y normalidad, la presencia, por poco ostentosa que sea, del hábito talar, puede con facilidad ser interpretada como incitante, inamistosa y hasta provocadora.
. ¿Qué contenido y significación convivenciales tiene, o puede tener, el uso del traje talar y de los elementos que lo reemplacen o hagan sus veces, en el contexto de las relaciones extra- litúrgicas con el resto de las personas con las que el sacerdote conviva en su pueblo o ciudad?
. ¿Qué justifica su singularidad en el vestir, fruto y expresión de su pensar y vivir? ¿Es que para hacer el bien y testimoniarlo -“Palabra de Dios”- hacen falta hábitos o ropas especiales, que puedan identificar y distinguir a las personas como consagradas? ¿No perderían toda, o gran parte, de su ejemplaridad, comportamientos que pudieran explicarse por el color o forma del traje?
. Ni en tiempos pasados, y menos en los presentes, el traje talar pudo haber sido edificante- constructivo- como testimonio de Iglesia. Los uniformes se enclaustraron ya en las cajoneras y roperos y, a lo sumo, su exhibición se justifica por su confección original, por su historial o por su prosopopeya.
.Además, la sola eventualidad de que el traje talar se identifique, o se haya identificado en la práctica, con “uniforme” -“traje peculiar o distintivo que usan los militares y otros empleados”-, llevaría consigo una situación y actitud de “a” o “extra” eclesialidad, que reclamaría su rápida eliminación.
. Con traje talar -en el cuerpo, en la mente y en el comportamiento-, resulta extraña, laboriosa y extremadamente difícil la acción pastoral y ministerial. Es mucho más fácil y accesible la administrativa y la funcionarial. Funcionario -traje talar establecen una componenda- chanchullo de impracticable admisión a la hora de predicar y convencer que la comunión es el único régimen que puede gobernar la Iglesia de Cristo.
. A los sacerdotes se les cierran, o se les dificultan, hoy los caminos de su encarnación en los problemas de la sociedad, si entre ellos hacen acto de presencia con atuendos y actitudes cien por cien clericales. Aspirar a ser considerado y tratado como una “persona normal” -uno más-, equivaldría a tener siempre abiertas las puertas al diálogo y a la comprensión mutua, en el nombre de Dios y al servicio de la colectividad.
Consideración aparte reclamaría el uso de los ornamentos litúrgicos -“vestiduras sagradas que usan los sacerdotes cuando celebran”-, limitándome en esta ocasión a clamar por su sencillez y humildad, sin dejar de reseñar que para la mayoría de ellos, por su suntuosidad, lujo, opulencia e incomunicabilidad catequética, su único destino habría de ser el ropero o el museo catedralicios. Con los ornamentos y por los ornamentos no es Iglesia la Iglesia de Cristo. Con ellos no es posible el dialogo. De similar consideración sería merecedor el uso de los atuendos episcopales fuera del marco estrictamente litúrgico, con inclusión de los actos de representación cívico- sociales.
Ante tal panorama, no pocos, cristianos o no, se formulan algunas preguntas, para cuya respuesta más aproximada posible, subrayamos las siguientes ideas:
. En tiempos como los actuales, definidos tan mayoritariamente por la sana y constitucional pluralidad de la secularización y el laicismo, con índices tan notorios de aceptación democrática, sin violencia alguna y con gestos tan indicativos de complacencia y normalidad, la presencia, por poco ostentosa que sea, del hábito talar, puede con facilidad ser interpretada como incitante, inamistosa y hasta provocadora.
. ¿Qué contenido y significación convivenciales tiene, o puede tener, el uso del traje talar y de los elementos que lo reemplacen o hagan sus veces, en el contexto de las relaciones extra- litúrgicas con el resto de las personas con las que el sacerdote conviva en su pueblo o ciudad?
. ¿Qué justifica su singularidad en el vestir, fruto y expresión de su pensar y vivir? ¿Es que para hacer el bien y testimoniarlo -“Palabra de Dios”- hacen falta hábitos o ropas especiales, que puedan identificar y distinguir a las personas como consagradas? ¿No perderían toda, o gran parte, de su ejemplaridad, comportamientos que pudieran explicarse por el color o forma del traje?
. Ni en tiempos pasados, y menos en los presentes, el traje talar pudo haber sido edificante- constructivo- como testimonio de Iglesia. Los uniformes se enclaustraron ya en las cajoneras y roperos y, a lo sumo, su exhibición se justifica por su confección original, por su historial o por su prosopopeya.
.Además, la sola eventualidad de que el traje talar se identifique, o se haya identificado en la práctica, con “uniforme” -“traje peculiar o distintivo que usan los militares y otros empleados”-, llevaría consigo una situación y actitud de “a” o “extra” eclesialidad, que reclamaría su rápida eliminación.
. Con traje talar -en el cuerpo, en la mente y en el comportamiento-, resulta extraña, laboriosa y extremadamente difícil la acción pastoral y ministerial. Es mucho más fácil y accesible la administrativa y la funcionarial. Funcionario -traje talar establecen una componenda- chanchullo de impracticable admisión a la hora de predicar y convencer que la comunión es el único régimen que puede gobernar la Iglesia de Cristo.
. A los sacerdotes se les cierran, o se les dificultan, hoy los caminos de su encarnación en los problemas de la sociedad, si entre ellos hacen acto de presencia con atuendos y actitudes cien por cien clericales. Aspirar a ser considerado y tratado como una “persona normal” -uno más-, equivaldría a tener siempre abiertas las puertas al diálogo y a la comprensión mutua, en el nombre de Dios y al servicio de la colectividad.
Consideración aparte reclamaría el uso de los ornamentos litúrgicos -“vestiduras sagradas que usan los sacerdotes cuando celebran”-, limitándome en esta ocasión a clamar por su sencillez y humildad, sin dejar de reseñar que para la mayoría de ellos, por su suntuosidad, lujo, opulencia e incomunicabilidad catequética, su único destino habría de ser el ropero o el museo catedralicios. Con los ornamentos y por los ornamentos no es Iglesia la Iglesia de Cristo. Con ellos no es posible el dialogo. De similar consideración sería merecedor el uso de los atuendos episcopales fuera del marco estrictamente litúrgico, con inclusión de los actos de representación cívico- sociales.