"La muerte es el paso para ver a Dios cara a cara" Ir a la casa del Padre

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"Hoy, como cada 2 de noviembre, los cristianos recordamos en la oración y en el afecto a los difuntos"

"Hablar de la muerte siempre nos desborda y nos inquieta. Es porque no hemos comprendido que, dejando este mundo, encontramos el abrazo de Dios a cada persona"

"Celebrar y recordar a los difuntos cada 2 de noviembre, nos anima a vivir la fe en la Resurrección y nos llena de esperanza. Recordarlos en la oración, nos ayuda a creer que no todo se acaba aquí"

"En esta memoria de los difuntos, quiero compartir con los lectores de RD, una preciosa oración, publicada por la Comisión Permanente de la HOAC"

'Creo en la resurrección total de vivos y muertos'

Hoy, como cada 2 de noviembre, los cristianos recordamos en la oración y en el afecto a los difuntos, a aquellas personas que hemos amado y que ya han dejado este mundo. A pesar su ausencia física, por la fe sabemos que la muerte no tiene nunca la última palabra. De hecho, la muerte no es sino el paso hacia la vida para siempre. La vida que no tendrá fin.

Hablar de la muerte siempre nos desborda y nos inquieta. Sabemos de su existencia, pero muchas veces nos da miedo y por eso la escondemos y no hablamos nunca de ella, a diferencia de los que pide San Benito a los monjes: “Tener cada día presente ante los ojos a la muerte” (RB 4:47), no con un sentido mórbido, sino con una mirada de esperanza, de vigilia, de encuentro con el Dios que nos ama.

Si tenemos miedo a la muerte, es porque no hemos comprendido que, dejando este mundo, encontramos el abrazo de Dios a cada persona. La muerte es el paso para ver a Dios cara a cara.

Por eso creo que son de una gran pedagogía las palabras del oncólogo Rogério Brandao. Con 29 años de profesión, este médico ha contado los dramas que ha vivido en relación con a la muerte, tratando niños con cáncer.

En el hospital de Pernambuco, el Dr. Brandao conoció a una niña de 11 años, que ya llevaba diversos tratamientos de quimioterapia, sin unos resultados favorables. Hablando con ella, el Dr. Brandao quedó impresionado por la madurez de esa niña. Algunas veces la había visto llorar, pero la pequeña nunca se vino abajo.

Un día, la pequeña le habló de la muerte al Dr. Brandao y como entendía ella el paso de este mundo a la otra vida. La niña le dijo al doctor: ¿“Verdad que cuando somos pequeños, algunas noches vamos a dormir a la cama de nuestros padres? Pero al día siguiente resulta que nos despertamos en nuestra cama. Y es que los padres, cuando nos dormimos, nos cogen en brazos y nos llevan a nuestra habitación. La niña prosiguió así: “Un día yo también me dormiré, y mi Padre del cielo vendrá a por mí. Y me despertaré en su casa, para vivir una vida autentica”.

Cuando el Dr. Brandao oyó el argumento de la pequeña, se quedó mudo, sin palabras, al ver con que sencillez tan grande, y al mismo tempo con que profundidad, aquella niña le había hablado de la muerte y del paso a la vida eterna.

Y es que como dice el teólogo Sören Kierkegaad, “solo la fe proporciona al hombre el valor y la audacia necesarias, para mirar a la muerte de cara”. Sin miedos. Sabiendo que el Dios de la vida, acoge con amor y ternura, a aquellos que pasan de este mundo, al otro.

El Concilio Vaticano II, en la Constitución “Gaudium et spes”, nº 39, nos dice: “Sabemos que Dios prepara un nuevo estadio y una nueva tierra, donde habita la justicia, y su felicidad llenará y superará todos los deseos de paz que hay en el corazón del hombre”. Ya que “una vez vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo y lo que fue sembrado en la debilidad y la corrupción, será revestido de incorrupción”.

Recordar a los difuntos

Celebrar y recordar a los difuntos cada 2 de noviembre (y cada día) en la Eucaristía, nos anima a vivir la fe en la Resurrección y nos llena de esperanza. Recordar a los difuntos en la oración, nos ayuda también a creer que no todo se acaba aquí. Aún más: con la muerte comienza la vida por siempre, en la presencia del Dios Amor. Y por eso si la muerte es capaz de privar-nos del don de la vida, “el amor tiene poder para devolvérnosla”, como dice el obispo Balduino de Cantorbery.

Y es que Dios, no es Dios de muertos, sino de vivos. Porque para Dios, todos viven. Eso celebremos cada 2 de noviembre: la esperanza que los que han muerto, han estado resucitados a la vida de Dios.

En esta memoria de los difuntos, quiero compartir con los lectores de RD, una preciosa oración, publicada por la Comisión Permanente de la HOAC, y que dice así:

Creo en la Resurrección,
un día, de los muertos.
Pero creo también
que entre todos nosotros
podemos hacer resucitar un mundo medio muerto
donde unos van matando a los otros
con máquinas gigantes o minúsculas,
con camiones cargados de negocios
o con coches nerviosos por la prisa,
con casas estrechas y oscuras
lo mismo que pasillos,
con cestas de la compra,
que bajan de tamaño cuando suben los precios,
con humos y con gases
que no llegan a las casas lujosos de campo
o al piso que vale seis millones
en cualquier edificio singular,
con paros obligados
para que ellos no paren de ganar lo que ganaban;
con burbujas y desprecios,
o con colas de espera y desespero
en las salas de los pobres del seguro.

Creo en una vida mejor,
más plena y más segura,
libertad y vida de los hombres,
sin vampiros que se lleven a sorbitos su sangre
o les corten, igual que la baraja,
la vida por el medio.

Creo que las rosas están mejor en las solapas,
en los labios
o en la mesa feliz del cumpleaños,
que en el serio ataúd de un muerto prematuro.

Creo que la tierra
es la patria decisoria y decisiva de la vida que tenemos;
que el futuro que hacemos y soñamos
necesita el coraje, la ilusión, el dolor la amistad y la esperanza,
y no un cielo de brumas para ánimas perdidas y errabundas,
de nubes como almohadas
que ahuequen la fatiga,
de estrellas como píldoras de ensueños,
de arcángeles robustos y simpáticos
que nos quitan el miedo de la muerte.

Creo que moriré una noche cualquiera
y que todo seguirá lo mismo de antes.
Que habré dado a esta tierra
millones de mis células
(que había yo mismo recogiendo en esta tierra)
y un poquito de lustre y de esperanza,
con muchísimas palabras,
más que buenas obras.

Creo que el Dios de Jesús de Nazaret
nos creará después,
por la fuerza de su amor que engendra vida;
nos llenará los huecos
de tanto gozo incierto,
de tantas, tan fecundas esperanzas;
devolverá la vida
a tantos hombres que no vivieron casi
o que pensaron que era mucho mejor la muerte que otra cosa,
y colmará por fin
el largo foso que existe
entre el deseo tenaz de cada día
y la mejor soñada y emprendida revolución social,
con rosas y con músicas
y un final feliz de la miseria y de la injusticia.

Creo en la resurrección total de vivos y muertos.

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