"No era nada clerical, sino que creía en la sinodalidad de una Iglesia Pueblo de Dios" Vicent Micó: un sacerdote comprometido con la paz

Vicent Micó
Vicent Micó

"Fue un sacerdote atípico en la clerecía del País Valenciano por su pacifismo y ecologismo y por su valencianismo militante"

"El 11 de enero de 2018 murió el amigo Vicent Micó, presbítero, fundador y alma de la comunidad de Turballos, un sacerdote con una sonrisa llena de esperanza que infundía paz y gozo"

"Comprendió (y puso en práctica), la inculturación de la Iglesia y por eso introdujo el valenciano en la liturgia, como expresión de la encarnación de la fe en una tierra concreta"

"Aprovecho este artículo para pedir la Alta Distinció de la Generalitat para Vicent Micó, un hombre que huía los honores, pero que merece ser honorado y distinguido"

Hoy 2 de junio en a la Casa de la Cultura de la ciudad de Alcoi, se presentará el libro, “Vicent Micó i Garcia. Un rector compromès”. Vicent Micó fue un sacerdote atípico en la clerecía del País Valenciano por su pacifismo y ecologismo y por su valencianismo militante. 

El 11 de enero de 2018 murió el amigo Vicent Micó, presbítero, fundador y alma de la comunidad de Turballos, un sacerdote con una sonrisa llena de esperanza que infundía paz y gozo. Nacido en la villa de l’Olleria en 1928, Vicent Micó fue un hombre de cultura, un sacerdote, como he dicho antes, atípico, por el hecho que en una clerecía profundamente castellanizada y castellanizadora, el amigo Vicent fue un valencianista convencido y una persona enraizada en el pacifismo y en el ecologismo.

Vicent Micó
Vicent Micó

Vicent también fue un sacerdote atípico porque no era nada clerical, sino que creía en la sinodalidad de una Iglesia Pueblo de Dios. Por eso valoraba y escuchaba a los laicos y así ayudó a construir un Iglesia comunitaria, más horizontal que vertical. Y es que Vicent, ayudado principalmente por Pilar Matutano, sabía escuchar, acoger y animar a todos los que colaboraban con él.

Vicent fue un sacerdote que comprendió (y puso en práctica), la inculturación de la Iglesia y por eso introdujo el valenciano en la liturgia, como expresión de la encarnación de la fe en una tierra concreta.   

Su vida y su trabajo, admirable y a la vez discreto, queda reflejada en este libro que he tenido el gozo de prologar: “Vicent Micó i Garcia, un rector compromès. 1928-2018”, una obra de Pedro Parra Verdú y Josep Frasés Vaello.

Creo que nuestra sociedad debe mucho a personas como Vicent Micó, que de una manera discreta, anónima, sin buscar nunca un protagonismo, sino poniéndose siempre al servicio de los demás, vivió fiel a sus ideales, a su fe, a nuestra cultura y al pacifismo y al ecologismo.

Vicent Micó
Vicent Micó

El libro nos describe con sencillez y realismo la infancia y la juventud de Vicent Micó, su ordenación presbiteral y los destinos que tuvo antes de servir la comunidad parroquial de Santa Rosa de Alcoi. De una manera particular, esta interesante obra (que invito a leer), destaca el paso de Vicent (providencial y muy fecundo), por la Vall de Gallinera y la fundación de la comunidad de Turballos, un ejemplo bien claro de sencillez evangélica y de comunión, de pacifismo, de fraternidad y de un amor apasionado por las bienaventuranzas.

Vicent Micó, un hombre de una gran lucidez, tenía una mirada transparente y limpia y una sonrisa que nos mostraba su sencillez y su humildad. Humilde y pobre, sí, pero a la vez, firme en sus convicciones, Vicent Micó con su ejemplo, más que con sus palabras, con sus obras, con su trabajo (constante y abnegado), nos señaló el camino de la paz y nos animó a vivir el Evangelio con toda su pureza y transparencia, sin conservantes, colorantes ni aditivos, que no hacen sino alterar o falsificar la Buena Nueva del Reino. Y es que Vicent Micó, lleno de la Palabra de Dios, vivió y nos enseñó a vivir aquello que es esencial en el seguimiento de Jesús de Nazaret: el amor fraterno. 

Los valencianos, desde hace siglos, no hemos tenido, mayoritariamente, conciencia de identidad nacional y hemos sido marginados por un estado que, todavía hoy, nos trata más como súbditos que como ciudadanos, como un apéndice molesto que, si no se ha de eliminar, hace falta tenerlo bien “controlado”. La mirada homogeneizadora del estado español (y más si cabe de la propia Iglesia), no tiene en cuenta las culturas no castellanas, que durante la dictadura franquista, el régimen intentó disolver sin conseguirlo, en parte, gracias a hombres como Vicent Micó. 

Turballos
Turballos

La jerarquía que hemos sufrido los valencianos a lo largo de los siglos (a excepción de los obispos Josep Pont i Gol, Josep Mª Cases, Rafael Sanus y Enric Benavent) han tenido una mentalidad “conquistadora” y castellanizadora y por eso, después del Concilio introdujeron en la liturgia el castellano, en vez del valenciano. Y es que a menudo, la acción pastoral de los obispos del País Valenciano, no ha tenido en cuenta la lengua y la cultura de los valencianos, que ha sido marginada desde el punto de vista eclesial. 

Fue el Concilio Vaticano II, con el Decreto “Ad Gentes”, que Vicent Micò asimiló del todo, que hizo que algunos presbíteros valencianos entendieran la realidad de nuestro país de una manera diferente, no asimilando la gente a la cultura española, sino respetando y valorando la dignidad de la cultura del País Valenciano. En vez de imponer a los valencianos la cultura española, como único medio de expresión de la fe (como hicieron los obispos y la mayoría de presbíteros valencianos), Vicent Micó y otros sacerdotes (pocos, desgraciadamente) se dieron cuenta de la importancia de respetar la identidad cultural del pueblo valenciano, una realidad que asumió Vicent Micó i que, desafortunadamente, aún no han comprendido los obispos del País Valenciano y la gran mayoría de los presbíteros valencianos, que, en pleno siglo XXI, continúan marginando la lengua de los valencianos. 

Vicent Micó vio de una manera clara que para vivir la fe, no hacía falta despojarse de la propia identidad y enjertar el cristianismo en el seno de una cultura que no era la propia. Vicent Micó entendió que era preciso respetar la cultura de los valencianos, ya que el Concilio va defendió que todas las culturas son el receptáculo de una presencia reveladora y salvífica de Dios.

Vicent Micó

Si desde el 1707 la historia del País Valenciano no fue sino un apéndice de la historia de España, se comprende que los valencianos no tuviésemos tampoco identidad propia, ya que se identificaba con la de los dominadores. El Vaticano II cambió la mirada de la Iglesia, pero no la mentalidad de los obispos y presbíteros valencianos. Pero Vicent descubrió que las culturas se han de amar en ellas mismas, ya que están impregnadas de la manifestación salvífica de Dios. Por eso Vicent Micó emprendió el trabajo de construir una Iglesia autóctona, para demostrar que la encarnación en la cultura, es siempre experiencia de Iglesia.

De hecho, Jesús se encarnó en una cultura concreta, minoritaria y marginada. No se encarnó en la cultura dominante de los opresores, la latina, ni tampoco en la cultura de los sabios, la griega. De aquí, la importancia que el Vaticano II dio a la encarnación y a la inculturación de la Iglesia en todas les lenguas y en todas las culturas, sin excluir a ninguna de ellas.  

Vicent Micó ayudó al pueblo valenciano a hacer una reflexión sobre el Reino de Dios, y propició un acercamiento a la fe de las comunidades cristianas, cosa que implicaba una acción en la historia, para instaurar la justicia y la fraternidad. Por eso, el P. Vicent Como era conocido, fue un profeta. Un hombre que se dejó “convertir” por el Vaticano II, ya que comprendió que la primera acción de la Iglesia, había de ser acercarse a los hombres y a las mujeres y ver qué hace falta para ayudarlos y para liberarlos de las cadenas que los esclavizan. El amigo Vicent Micó comprendió, a la luz del Evangelio, que la prioridad de la Iglesia es su compromiso con la paz y el desarme y con la ecología y al mismo tiempo permanecer al lado del home, pisoteado y humillado por el poder, para liberarlo de la opresión y ayudarlo a vencer las injusticias.  

Micó

Vicent Micó, ayudado de tantas buenas personas (y quiero recordar especialmente a Pilar Matutano) en Turballos y en los pueblos donde antes estuvo destinado, supo escuchar a la gente, que acogía con solicitud, acercándose a los que sufrían y amar y promover la lengua i la cultura del País Valenciano en la Iglesia, además de crear un clima de paz y de fraternidad, para así convertirse en un preclaro testigo del Evangelio. Su palabra, siempre profética, era para todos los que lo queríamos, un faro que iluminaba nuestra sociedad y también la Iglesia valenciana. Con discreción, con humildad y sin hacerse notar, Vicent Micó sembró a lo largo de su vida la semilla de la paz, de la esperanza y de la dignidad de un pueblo, el valenciano, que aún hoy no ve reconocida la lengua propia en la Iglesia. 

La importancia de este libro la encontramos, en el hecho que recupera y da a conocer “la vida y la obra de apostolado cristiano” de Vicent Micó, “así como su compromiso social, humano y en defensa de la paz, de los Derechos Humanos, del valenciano y del cristianismo de la vida comunitaria”, como dice uno de los autores, Juan Parra, en la introducción del libro.  

Si la Iglesia del País Valenciano o mejor dicho, los obispos valencianos, fuesen una Iglesia y unos obispos enraizados en la tierra, habrían sido estos mismos obispos los que habrían promovido este libro de homenaje a Vicent Micó. Pero tenemos una jerarquía que desprecia la lengua que Vicent tanto quiso y tanto defendió.

Turballós

Con todo, este precioso libro habría de ser una buena ocasión, para que los obispos valencianos siguieran el ejemplo del amigo Vicent Micó, ofreciéndole un homenaje público. Y, como creo que Vicent querría, el mejor homenaje sería que los obispos valencianos aprobaran el Misal Romano en valenciano, para así hacer posible que la lengua de San Vicent (Ferrer y Micó), no quede, como hasta ahora, arrinconada y excluida de la liturgia y de la vida de la Iglesia. 

La vida de Vicent Micó fue como el grano de mostaza, la más pequeña de las semillas, pero que es capaz de crecer y de acoger a todos los pájaros (Mt 13:31).

Aprovecho este artículo para pedir la Alta Distinció de la Generalitat para Vicent Micó, un hombre que huía los honores, pero que merece ser honorado y distinguido por el gobierno valenciano y por todos aquellos que nos consideramos amigos y a la vez discípulos suyos en el pacifismo, en la fraternidad, en la fe y en el amor a nuestra lengua y nuestra cultura.

Vicent Micó vivió (y murió) pobremente, como buen discípulo de Jesús, sin tener nada, pero poseyéndolo todo, porque su corazón estaba lleno del amor de Dios, un amor que él no guardaba para sí mismo, sino que lo derramaba a todos los que se le acercaban.

Libro de Vicent Micó

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