No le perdonan sus éxitos ante el fracaso general.

Cuando todo parece hundirse hay cosas que se levantan esplendorosamente en señal inequívoca de que Dios no abandona a su Iglesia cuando quiere ser Iglesia. Y ello irrita. A dos tipos de gente. A los que odian a la Esposa de Cristo y a los que, aun amándola, al menos a su manera, ven su propio fracaso y se celan ante el éxito ajeno.

Lo que fue el seminario de Don Marcelo o lo que es actualmente el de Getafe e incluso el de Tarrasa, las monjas de Lerma, la multitud de vocaciones de las hijas de Teresa de Calcuta, los nuevos movimientos...

Hay en Francia un joven obispo, monseñor Dominique Rey, que es una referencia de esperanza. Al frente de la diócesis de Fréjus-Toulon para la que fue ordenado el año 2000, cuando todo se hunde en el país vecino su diócesis, de importancia media, es un oasis. Frente a los cincuanta seminaristas de París, monseñor Rey tiene unos ochenta. Y claro está, eso duele.

Y le ha hecho perder los nervios al cardenal Vingt-Trois que ante su propio fracaso es incapaz de asumir el éxito de su hermano. Al que crticó en la última asamblea de los obispos franceses que tuvo lugar en Lourdes. Sin nombrarle expresamente pero sin que nadie tuviera la menor duda de quien era el destinatario de su reproche.

Mucho más crítico, y en esta ocasión nombrándole expresamente, ha estado el obispo de Langres, Gueneley, seguramente el peor obispo de Francia que asiste no sabemos si encantado o impotente al hundimiento de su diócesis. Donde hay sacerdote que tiene a su cargo sesenta iglesias.

Hay obispados en Francia que dentro de diez años apenas contarán con una decena de sacerdotes: Langres, Auch, Saint-Claude, Gap, Digne, Viviers, Verdun, Pamiers, Nevers. Y en vez de imitar a la de Fréjus-Toulon, con las adaptaciones que se quieran, la critican. La envidia siempre fue una pésima consejera. Estamos ante un enfermo gravísimo que al ver a su lado a un hombre sano no se le ocurre preguntarle que hace para gozar de esa salud sino que le maldice. Pues así no se va a curar.

La solución de la Iglesia francesa no está en criticar a su mejor obispo sino en imitarle. Comprendo que es duro reconocer el propio fracaso pero cuando es tan evidente no hay otra solución que rectificar o morir. Desgraciadamente hay quien prefiere la muerte al reconocimiento de su propia ruina. Que por otra parte está ya a la vista de todos.
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