Pluralismo y unidad en la fe cristiana

Para interpretar lo que hoy ocurre en la Iglesia

Ya en el concilio Vaticano II se manifestaron dos legítimas tendencias: unos preocupamos por la fidelidad y otros buscando el diálogo necesario con el mundo moderno. Al final los documentos conciliares expresan la única fe sin eliminar sino más bien incluyendo de algún modo las dos tendencias. Sencillamente porque las dos mantuvieron lo válido de las mismas sin fanatismos y abriéndose a lo nuevo que pujaba por nacer.

Fue lo que ocurrió en las primeras comunidades cristinas. Había una tendencia judaizante que se imponía en la comunidad de Jerusalén presidida por Santiago; mantenía continuidad con las prácticas religiosas del judaísmo y exigía que los paganos convertidos a le fe cristiana se sometieran al rito de la circuncisión; no se aceptaba lo nuevo que irrumpía ni el pluralismo en la forma de vivir la única fe. San Pablo, convencido de que la fe cristiana es adhesión total de la persona que de algún modo se injerta en Jesucristo, relativiza prácticas y observancias que más bien pertenecen a  experiencias humanas y culturas distintas.  No prohíbe a nadie que siga con la circuncisión, pero tampoco tolera que se imponga como obligación a los cristianos que vienen del mundo no judío. El mismo Pedro, ya figura relevante de la comunidad cristiana, se movía entre dudas e incertidumbre. Hasta que hacia el año 50 se convocó en Jerusalén una reunión de las dos tendencias. Allí habló Pedro y zanjó la discusión: lo que salva o libera al ser humano es la fe o adhesión total a Cristo. No se prohibió la observancia de la ley mosaica, pero se descartó la obligatoriedad de esa observancia para los paganos convertidos. Se aceptó lo nuevo que llegaba, si bien algunos cristianos judaizantes siguieron en su fanatismo acusando y denigrando a Pablo.

Lo que ocurrió en estas primeras comunidades cristianas arroja luz para valorar lo que supuso el Vaticano II donde las dos tendencias se abrieron a lo nuevo que pujaba por nacer. Esta opción permanece viva si bien, como los antiguos cristianos judaizantes, algunos siguen cerrados en su posición fanática sin bajarse del burro. Esta posición fanática dificulta mucho la necesaria apertura de una Iglesia “en salida” que, siguiendo el espíritu que animó a los conciliares del Vaticano II,   intenta re-crear el papa Francisco. No debemos impedir el nacimiento de Cristo en esta nueva etapa del mundo que nos toca vivir. Seamos magnánimos como aquellos primeros cristianos reunidos en Jerusalén y demos un voto de confianza al Espíritu que renovando la faz de la tierra, también rejuvenece a la Iglesia.

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