El término “conversación” resulta de lo más adecuado para explicar el misterio de la Encarnación. La encarnación es una conversación de Dios con el ser humano. Conversar implica atención, cercanía, interés por los problemas y necesidades del otro, familiaridad, intimidad. Conversar es dialogar, entrar en relación. No imponer desde arriba, sino buscar una relación horizontal entre amigos. Así es como Cristo quiso estar entre nosotros.
Si quitamos la fe en la encarnación, o sea, si no creemos que el Verbo de Dios asume una naturaleza humana, destruimos totalmente la fe cristiana. La encarnación es la clave de nuestra fe y lo que la diferencia de cualquier otra concepción religiosa.
La encarnación manifiesta la primacía del amor de Dios. Con pecado o sin pecado, Dios se hubiera encarnado, porque con pecado o sin pecado, el único modo de encontrarnos con Dios es a través de Cristo.
Algunos grandes teólogos, nada sospechosos de no amar a la Virgen María, no estaban convencidos de que hubiera sido concebida sin pecado original. ¿Qué motivos aducían?
El adviento es una preparación a la venida de nuestro Señor y nos hacer caer en la cuenta de que, si bien el Señor está viniendo continuamente a nuestras vidas, podemos distinguir una triple venida, que nos ayuda a comprender más adecuadamente nuestra fe.
Humanamente hablando los cristianos anunciamos una tontería para la gente inteligente y una locura para la gente religiosa (cf. 1 Cor 1,23). No debemos sorprendernos, si en vez de adhesiones provocamos grandes burlas. O si en vez de conversiones provocamos persecuciones.
El dominico Alberto Magno, cuya fiesta se celebra el 15 noviembre, tiene muchas facetas. Es considerado el patrono de los científicos. Por otra parte, este hombre de ciencia era un gran amante de la Virgen María.
Una serie de “encuentros” han provocado a la reflexión creyente para purificar su imagen de Dios y presentarla de forma más significativa ante los desafíos que la cultura planteaba. Por ejemplo, el encuentro con los pobres ha ayudado a la teología a descubrir nuevas dimensiones de la caridad cristiana que sin este encuentro nunca hubiéramos descubierto.
La carne, el cuerpo muchas veces humillado, violentado, abusado, deshonrado, cargado de vergüenza o de culpabilidad, es una dimensión de lo humano que necesita ser salvada. Una salvación que no incluyera todas las dimensiones de lo humano, no sería salvación de lo humano.
La fiesta de todos los santos es la última de las grandes solemnidades del ciclo santoral. Puede ser calificada de fiesta de plenitud porque canta la gloria de los que ya triunfaron y se prolonga al día siguiente para recordar a los que no han alcanzado todavía la corona de la gloria.
A veces se apela a Rm 13,1 para decir que la autoridad viene de Dios, texto que, por cierto, no se refiere a la autoridad religiosa, sino a la civil. Pero esta apelación olvida las más elementales reglas de la exégesis.
El nombre del Pilar es uno de los nombres más universales que se le han dado a la Virgen. Ella es invocada en muchos lugares de América. La virgen del Pilar es la virgen de la hermandad entre los pueblos de España y de América.
Dado que el 7 de octubre se celebra la fiesta de la Virgen del Rosario, resulta oportuno hacer una pequeña reflexión sobre esta oración, una de las más conocidas y extendidas en el mundo católico.
En la vida, muerte y resurrección de Cristo, en su predicación, obras y milagros, en el conjunto de lo que dijo e hizo, se manifiesta al modo humano lo que Dios es, lo que Dios quiere, dice y hace.
Dios es el misterio por excelencia. Si dejase de ser misterio, dejaría de ser Dios. Un Dios comprendido totalmente, sería un Dios no sólo al alcance, sino a la medida de lo humano. O sea, un Dios finito, limitado. Una contradicción. Por eso dice la Escritura que es imposible, en las condiciones de este mundo, ver a Dios.
El rostro es el espejo del corazón. En el rostro del hombre se leen sus mejores y sus peores sentimientos, el dolor y la alegría, la bondad y la severidad.
Si Dios envió a su Hijo al mundo fue porque amaba mucho a los seres humanos y, por eso, quiso identificarse con nosotros y con nuestro destino, para que así nosotros pudiéramos identificarnos con él y con su destino. Dios envió a su Hijo para que tuviéramos vida abundante.
Celebrar a nuestra santa o a nuestro santo es una buena costumbre, que nos recuerda que otro, que ha llevado antes nuestro nombre, puede ser un buen punto de referencia para vivir cristianamente.
Necesitamos puentes tanto en la Iglesia, como en la sociedad. Necesitamos puentes en todos los ámbitos de la vida. Puentes que unen lo distante, lo separado. Puentes y no muros. Abrazos y no insultos. Encuentros y no pantallas. Diálogo y no dogmatismo. Autoridad y no poder. Ese es el camino.
Estamos más conectados que nunca, pero no estamos unidos. Y no lo estamos porque termina prevalenciendo una tendencia innata que, en sí misma es buena, pero muchas veces se corrompe, y cuando se corrompe lo bueno aparece lo pésimo, a saber, la afirmación de mi mismo (esto es bueno) a costa del otro (ahí está lo pésimo).