El jueves santo no es solo el día de la institución de la Eucaristía. En ese día memorable ocurren muchas cosas, todas importantes para comprender a Jesús y estimular nuestro seguimiento.
En Cristo crucificado se manifiesta un amor incondicional, un amor a pesar de todos los pesares. En la muerte de Jesús está la fuerza que vence al mundo y al pecado del mundo. De ahí que bien puede decirse que Jesús derrama su sangre en la cruz para el perdón de todos los pecados.
Mirar al mundo con compasión, mirar a las personas con compasión, mirar los acontecimientos y la vida entera con compasión, es la mejor manera de asemejarnos a Dios.
La no productividad nos hace comprender que lo más valioso, en términos humanos, es precisamente lo que no tiene precio. Ponerle precio al amor es convertirlo en mercancía que hastía y deja a uno vacío.
José de Nazaret, custodio por excelencia, defiende la vida del inocente. También nosotros necesitamos que los ángeles vengan a despertarnos de nuestros sueños para que defendamos la vida de los inocentes y de los débiles de tantos Herodes que quieren matarlos.
Cuaresma, tiempo fuerte de la vida cristiana y tiempo de fiestas primaverales. No hay necesariamente contradicción entre una y otra cosa. Porque la cuaresma no es tiempo de tristeza ni de congoja.
El que ama quiere complacer siempre al amado, quiere hacer la voluntad del amado. Fuera de la fraternidad no hay obediencia, hay dominio y superioridad.
La oración del Padre nuestro es un recordatorio de que la vida cristiana no está centrada en el yo, sino en el tú y en el nosotros, en el Padre del cielo y en los hermanos de la tierra.
¿La temporalidad termina con la muerte o puede abrirse a una nueva dimensión? ¿Los deseos necesariamente se cumplen y las preguntas necesariamente encuentran respuesta satisfactoria, o siempre quedan frustradas?
Antes de ser una virtud religiosa que confía profundamente en Dios y lo espera todo de Él, la esperanza es una realidad humana, una dimensión antropológica fundamental. Sobre esta dimensión humana se asienta la esperanza teologal, pues el cristiano confía en que un día se cumplirán las promesas de Dios que superan todo deseo.
Del 18 al 25 de enero se celebra la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Orar juntos no solo es signo de una unidad deseada, sino expresión de una unidad, en cierto modo, ya realizada.
En el fondo, todos somos creyentes: o bien creemos que Dios existe o creemos que no existe. Y, a partir de este presupuesto, de este pre-juicio, de esto que “creemos”, leemos toda la realidad, seamos o no conscientes de ello.
El balance de 2024 no es bueno, pero también hay signos de esperanza. Ocurre que, con frecuencia, no los sabemos detectar, porque parecen pequeños e ineficaces. Pero son ellos los que sostienen la sociedad. Son como el alma que da vida, aunque no se ve.
¿Tenemos sitio para Dios cuando trata de entrar en nosotros?, ¿tenemos tiempo para é?, ¿tiene Dios un lugar en nuestro corazón y en nuestro pensamiento, en nuestros sentimientos y deseos?
En tiempos de Jesús el orbe de la tierra no estaba en paz ni, mucho menos, lo está ahora. Pero sólo si logramos que nuestra realidad, nuestra esfera de influencia viva en paz, Jesús podrá nacer, pues solo nace y crece allí donde el universo está en paz.
A pocos días del inicio del año jubilar convocado por el Papa, puede ser oportuno releer la bula convocatoria del mismo y, de paso, ofrecer alguna reflexión sobre la esperanza, como buen signo de contraste. Pues no cabe duda de que estamos en un mundo falto de esperanza.
Los cristianos ortodoxos profesan una gran devoción a la Virgen, igual de grande, si no más, que los católicos occidentales. Pero también en el protestantismo se profesa respeto y devoción a la Virgen. Calvino y Lutero han reconocido a María el título y la prerrogativa de Madre, también en el sentido de madre nuestra y madre de la salvación.
El adviento tiene dos partes claramente diferenciadas. En la primera, la liturgia nos orienta hacia la última y definitiva venida del Señor. En la segunda, la liturgia nos prepara a celebrar el misterio de la Encarnación.
El evangelio no es fácil, pero hace feliz. Y eso es lo que importa, que hace feliz, que da la verdadera felicidad, la que el mundo no puede dar y nadie te puede quitar.