Acción de gracias

En este mundo la gratuidad no es muy valorada. Lo que importa son los negocios, las ganancias. Precisamente porque el mundo no valora la gratuidad, no comprende el perdón.

Si lo pensamos bien resulta que todo lo que tenemos nos ha sido dado. La vida nos la hemos encontrado. No somos los autores de nuestra vida, alguien nos la ha dado. Y con la vida nos ha venido todo lo demás: “¿qué tienes que no hayas recibido?” (1 Co 4,7) En cierto modo, la toma de conciencia de este hecho debería producir en nosotros un sentimiento de gratitud, aunque no sepamos a quién darle las gracias. La celebración de un cumpleaños debería ser no solo motivo de alegría por la vida, sino de acción de gracias por la vida.

Dígase lo mismo de tantas otras cosas importantes que nos han ocurrido. Encontrar a alguien que te quiera es un regalo. El amor ni se compra ni se gana, uno se lo encuentra y lo recibe gratis. Por eso, celebrar el aniversario de un matrimonio es no solo un motivo de alegría, sino también de acción de gracias. Dígase lo mismo de una ordenación sacerdotal. El sacerdocio no es un derecho, no es algo que uno se gana con su esfuerzo o sus estudios. Es un don. Y en este caso, un don para servir, para hacer el bien a los demás. Un don que acarrea responsabilidades. Si uno ha recibido un don de este tipo no puede vanagloriarse. Debe, más bien, considerarse un siervo inútil, que no ha hecho más que cumplir con su deber (Lc 17,10). Por eso, paradójicamente, debe dar continuamente gracias a Dios, no por inútil, sino por siervo de un gran señor, que jamás oprime y siempre libera,

En este mundo la gratuidad no es precisamente muy valorada. Lo gratuito parece que vale poco. Lo que vale, lo que importa son los negocios, las ganancias. Precisamente porque el mundo no valora la gratuidad, no comprende el perdón. Más que perdón, lo que se reclama y exige es justicia: el que la hace, la paga.

Dar las gracias significa reconocer que no nos merecemos lo que nos dan, que nos lo dan gratis y por puro amor, que el don es inmerecido, que no se consigue a base de méritos. Dar las gracias solo es posible en un clima de amor, porque el amor siempre es gratuito, por inmerecido y por agradecido.

Por eso toda la vida cristiana debería ser eucarística. Pues el don más importante, el más gratuito, el mas necesario, el más esperado es el “don del otro” como otro. Si el otro se nos da es porque nos ama incondicionalmente. En la eucaristía Cristo se nos entrega personalmente con todo su ser, con la totalidad de su vida. Se entrega para que podamos participar de su vida, para unir su vida a la nuestra, se entrega como no es posible entregarse más. La acogida de este don es eucaristía, es por sí mismo acción de gracias, reconocimiento de lo inmerecido y satisfacción por lo más necesario, por lo que de verdad llena nuestro corazón.

Volver arriba