¿Ayudar a morir o ayudar a vivir?

En estos tiempos de pandemia, en donde lo que se impone es la defensa de la vida, parece contradictorio que las leyes que favorecen la eutanasia y el suicidio asistido se hayan convertido en prioritarias

En estos tiempos de pandemia, en donde lo que se impone es la defensa de la vida; en estos tiempos en donde todos los gobiernos toman medidas, más o menos incómodas, con el objetivo de defender la vida humana; parece contradictorio que las leyes que favorecen la eutanasia y el suicidio asistido se hayan convertido en una prioridad del gobierno español. No sé si esos son los mejores tiempos para favorecer una cultura de la muerte. Más bien lo que habría que favorecer, y a eso debería tender la legislación, es una cultura de la vida, o sea, leyes que favorezcan los cuidados paliativos para ayudar a los enfermos que se encuentran en la última etapa de sus vidas.

La Iglesia siempre ha defendido que la vida es un don de Dios, un don que hay que valorar y cuidar. La vida humana tiene sus limitaciones, por eso la muerte es el “precio” de la vida y el sufrimiento condición inevitable de la vida humana. La inteligencia humana, capaz de encontrar remedios contra el sufrimiento, es un signo de la grandeza de Dios que siempre busca la felicidad del ser humano. Se comprende, pues, que la Iglesia levante su voz advirtiendo de la maldad de las leyes que favorecen el suicidio. En esta línea van dos documentos recientes, uno de la Conferencia Episcopal Española, titulado “sembradores de esperanza”, y otro de la Congregación para la doctrina de la fe, titulado “el buen samaritano”. Dos títulos significativos: la esperanza nos sostiene en medio del dolor; y el buen samaritano es imagen de Jesucristo que cuida las heridas del enfermo.

La vida siempre es un bien. Ella vale por sí misma y no en función de su utilidad. El cristiano sabe que toda vida humana es imagen de Dios y, por eso mismo es sagrada e inviolable. Cualquier atentado contra el ser humano es un atentado contra el mismo Dios. Cierto, la esperanza cristiana afirma que la vida está destinada al encuentro pleno con Dios. Pero eso no significa que uno pueda, por decirlo así, acelerar este encuentro. Dejando aparte que quien se suicida no piensa en eso, la vida terrena y la eterna llegan cuando Dios lo decide. Y aquí no vale apelar a ninguna eutanasia compasiva para ayudar al paciente a morir. Pues la compasión no consiste en provocar la muerte, sino en acoger al enfermo, sostenerlo en medio de las dificultades, ofrecerle afecto, atención y medios para aliviar el sufrimiento.

Una cosa más: dudo que haya una demanda social para una ley de eutanasia. Más que demanda social lo que hay son ideologías baratas que buscan votos a base de promulgar leyes inicuas que seguramente la mayoría de sus votantes no piensan aplicar.

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