Dejar a tu siervo irse en paz

Dos de febrero, fiesta de la presentación del Señor. En las puertas del templo de Jerusalén, una pareja de ancianos se pasaron la vida  esperando al Salvador. Ellos comprendieron que la salvación viene de fuera.

El dos de febrero la Iglesia celebra la fiesta de la presentación del Señor, conocida popularmente como fiesta de la Candelaria. Los padres de Jesús, queriendo cumplir estrictamente con la ley de Israel, llevan al niño al templo para consagrarlo a Dios. Sorprendentemente, en vez de ser recibidos por los sacerdotes, son acogidos por dos extraños personajes. Uno de ellos, tomando al niño en brazos, bendice a Dios y confiesa que el niño es el Salvador y la luz de los pueblos. Junto con esa confesión, Simeón exclama: “ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz”. En otras palabras: ya puedo morirme tranquilo.

He conocido a una persona que, tras haber vivido un acontecimiento importante (una madre que, tras haber luchado toda su vida por sacar adelante a un hijo o una hija, comprueba con inmensa alegría, que el hijo ha encontrado por fin el buen camino), ha exclamado: “ya puedo morir en paz”. El motivo se puede resumir así: Porque eso que tanto me había preocupado o tanto había anhelado ha quedado resuelto o cumplido. Por eso mi vida se siente colmada; ya no necesito nada más. El anciano Simeón da una razón más seria aún para justificar eso de que puede irse en paz: “porque mis ojos han visto a tu Salvador”. En otras palabras: cuando uno ha encontrado al Salvador, ya no necesita nada más, su vida ha quedado colmada, llena de sentido. Por eso puede morir en paz, porque el verdadero Salvador salva de la muerte, de todas las muertes.

La vida humana tiene sus momentos de alegría y de esperanza; también tiene preocupaciones y sinsabores. Todos buscamos ser felices, pero la felicidad siempre se nos escapa. ¿Habrá algún camino que conduzca a la felicidad, alguna esperanza de salvación, algún encuentro que permita exclamar: ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz? Esa es la gran pregunta que, de una u otra forma, todos nos hacemos. Ahí se resumen todas nuestras búsquedas. En las puertas del templo de Jerusalén había una pareja de ancianos que se pasaron la vida esperando al Salvador. Esos ancianos comprendieron que la salvación venía de fuera. No es encerrándonos en nosotros mismos como encontraremos la salvación.

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