Dios, pobreza eterna

El lenguaje que Dios ha elegido para darse a conocer es el ser humano, con todo lo que es y comporta. Un lenguaje maravilloso, pero al mismo tiempo limitado.

El lenguaje que Dios ha elegido para darse a conocer es el ser humano, con todo lo que es y comporta. Un lenguaje maravilloso, pero al mismo tiempo limitado. Porque no hay realidad creada que pueda contener y expresar totalmente la grandeza de Dios. La revelación está totalmente afectada por la ley de la analogía, tal como dice el cuarto concilio de Letrán: “la diferencia que existe entre Él y nosotros es todavía mayor que el parecido”. Cuando Dios se revela en el hombre Jesús, esta revelación es limitada y, por tanto, oculta a Dios al mismo tiempo que lo revela.

El ser humano es el alfabeto, el órgano, el mejor instrumento sonoro que Dios puede escoger, si decide darse a conocer a su creatura. Dios debe volcar sus profundidades divinas, el abismo de su plenitud, en un abismo de indigencia. Así se explica que su gloria se revele en la cruz. Cuando Dios se revela, el ser humano sólo le alcanza en lo humano. La Palabra eterna nos llega en la carne de Jesucristo y en la palabra de la Iglesia (de sus sacramentos, de su liturgia, de su jerarquía, de sus doctores y teólogos). De forma similar hay que decir que para amar a Dios debemos encontrarle y amarle en nuestro prójimo, en la humildad de las relaciones fraternas.

Pero si el hombre es el lenguaje de Dios, el humano nunca se identifica con Dios. Dios se revela en lo humano, pero lo humano no es Dios. En lo humano se encuentra lo que Dios dice, pero quién lo dice es Dios. En el hecho mismo de desvelarse, Dios se esconde. Hay que mantener siempre que la sabiduría de este mundo es una locura comparada con la sabiduría de Dios. La Palabra de Dios se adapta a nuestras formas culturales, pero las corrige y las supera. Dios no es la continuación de nuestros deseos, sino su plenitud, pues siempre va más allá de lo que pueda desear e imaginar el corazón humano.

Si Dios se revela en lo humano, nada humano es extraño para Dios. Así se comprende que la palabra de Dios, revelada por los profetas de Israel, está condicionada por el contexto político, religioso y cultural de unos momentos históricos concretos. Dios se sirve del politeísmo religioso y cultural para darse a conocer como el único Dios. En medio de este ambiente cultural politeísta, en el que Abraham se encontraba, Dios no se manifiesta como único, sino como el mejor, el más poderoso de los dioses (cf. Ex 6,2-3). Y así se va abriendo camino la revelación de Dios como único. Por su parte, Von Balthasar se fija en Hechos 7,22 para notar lo mucho que debe la Escritura a la antigua sabiduría egipcia.

Todo esto encuentra su culminación y su más acabado modelo en el misterio de la Encarnación. Allí la grandeza de Dios se expresa como humildad de Dios. Contemplando este misterio divino es posible exclamar, como hace H. Urs von Balthasar: “¡Felices los pobres, pues Dios en todas sus riquezas es pobreza eterna! ¡Felices lo humildes, pues Dios en su majestad es humildad eterna, ya que Dios mismo, en sus ascensiones es abajamiento, descendimiento eterno!”

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