Pero Dios le resucitó

Dios no está de acuerdo con la muerte de su Hijo. Por eso le resucita

La resurrección de Cristo es inseparable de la nuestra

Este “pero” es importante. Indica que hay un antes con el que contrastarlo. En este caso, un antes con el que no se está de acuerdo. Dios no está de acuerdo con la muerte de su Hijo. Por eso le resucita. Y no está de acuerdo porque él siempre está a favor de la vida buena y de la buena vida. Y Jesús fue, con sus palabras y obras, promotor de vida: “Yo he venido para que tengan vida abundante”. Fueron los hombres, unas malas personas, que estaban en contra de la vida y de todo lo que conlleva, amor, justicia, verdad y belleza, los que le mataron. Pero Dios le resucitó.

Durante toda esta semana de Pascua la primera lectura de la Eucaristía está tomada de los sermones del libro de los Hechos de los Apóstoles. Hay un estribillo que se repite en todas esas lecturas: “Vosotros le crucificasteis, pero Dios le resucitó”. Está claro, no fue Dios quien rechazó a Jesús, fueron unas malas personas que no pudieron soportar su Palabra. Dios, al resucitarlo, dio la razón a Jesús y se la quitó a las autoridades que le habían crucificado: una vida como la suya es la que Dios acoge. En su seguimiento nosotros podemos vivir con esperanza.

Y podemos vivir con esperanza porque la resurrección de Cristo es inseparable de la nuestra. El resucita como el primero de una larga lista de hermanos. Resucita como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su cuerpo, si honramos este cuerpo suyo que se prolonga en el pobre, el hambriento y el necesitado, podamos seguirle también en su victoria sobre la muerte. La Pascua de Cristo es nuestra Pascua. Cierto, con su Pascua se ha abierto un camino de esperanza para todos los seres humanos. Pero, desgraciadamente, no todos se han enterado. Eso de que con la resurrección de Cristo “el mundo entero desborda de alegría”, como dicen  los prefacios de la Eucaristía del tiempo pascual, estrictamente hablando no es verdad. Quienes desbordan de alegría somos, o debemos ser, los creyentes, lo que estamos al tanto de tan buena noticia. Eso sí, nuestra alegría debe ser contagiosa y por eso la resurrección de Cristo es una exigencia de testimonio para que, poco a poco, pueda ser verdad eso de que el mundo entero desborda de alegría.

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