Espíritu consolador

Por medio de su Espíritu Dios se hace presente en lo más íntimo de nuestra existencia. El Espíritu se convierte así en la inmanencia del Trascendente.

El Espíritu es calificado por Jesús como “Paráclito”. Se trata de una palabra griega que significa el Consolador, o sea, el que está con nosotros cuando estamos solos. De este modo, la soledad profunda en la que vivimos, esa soledad que nos embarga y que nadie puede llenar, deja de serlo si acogemos al Espíritu divino. Por medio de su Espíritu Dios se hace presente en lo más íntimo de nuestra existencia. El Espíritu se convierte así en la inmanencia del Trascendente. Es el modo como el Dios que está más allá de todo y al que nada ni nadie puede abarcar o contener, se hace realmente presente en nuestro mundo y sobre todo en nuestras vidas.

Si el Espíritu es el Consolador eso significa que Dios nunca nos deja solos, nunca nos abandona. Por medio del Espíritu Dios penetra nuestra soledad y la convierte en una soledad habitada. El término griego paráclito también puede traducirse por abogado. El abogado nos defiende de los que nos acusan. Por medio de su Espíritu Dios se pone de parte del ser humano. Esto debería ser un gran motivo de alegría: “Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rm 8,31).

Saber que Dios nos consuela y está a nuestro favor se convierte en una tarea para los que acogen esta verdad: consolar a los que sufren y ponernos a favor de los necesitados, continuando así la obra del Espíritu, siguiendo en eso las huellas de Jesús que, ungido con el poder del Espíritu, pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos (Hech 10,38). Hoy el mundo está lleno de personas solitarias, abandonadas, deprimidas. También está lleno de crueldades atroces que oprimen a muchas personas. Personas que buscan y necesitan consuelo.

Nosotros, los cristianos, en todo tiempo, con pandemia y sin pandemia, estamos llamados a ser portadores de alegría, a ser consuelo de tanta gente abandonada y sin defensa. Estamos llamados, en suma, a ser portadores de Espíritu Santo. Para ello es necesario que antes nos llenemos de ese Espíritu que Cristo resucitado nos dejó como su mejor herencia.

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