Espiritual viene de Espíritu Santo

Donde hay una persona que ayuda al inmigrante, que comparte con el pobre, que perdona al que le ofende, que trabaja por la paz, que se compro­mete con las causas justas, allí hay una persona espiritual, movida por el Espí­ritu Santo.

La palabra espiritual se presta a varias interpreta­ciones, no siempre fáciles de armonizar. Por espiritual, a veces, se entiende lo contrario a lo sensual, como si lo sensual fuera malo y lo espiritual bueno. Pero lo sensual puede ser algo estu­pendo, todo depende de como se use. Por el con­trario, los malos pensamientos, el odio o el deseo de venganza, son senti­mientos que proceden de la altura luci­ferina del espíritu. Otras veces se en­tiende por espiritual lo opuesto a lo mundano. De nuevo subyace aquí un con­cepto negativo de mundo y la idea equivocada de que alejarse de este mundo es, por principio, una buena cosa.

El sustantivo espiritual suele, en algunos ambientes, ir acompañado de distintos adjetivos: espiritualidad de la vida religiosa, sacerdotal, mariana, lai­cal… Parece entonces que lo espiritual tiene distintos caminos y designa compar­timentos separados, estilos de vida o talantes particulares, que tienen sus pro­pias características.

Por otra parte, hoy, algunos hablan de un retorno de lo espiritual. ¿Qué se quiere decir con eso? ¿Qué el ser humano está necesitado de espacios de silen­cio, que contemplar la naturaleza le llena de paz interior, que el escuchar música melodiosa o contemplar la belleza le deja pensativo o le produce una sensación de gozo, que las cosas materiales no llenan nunca el profundo vacío interior que nos embarga, en definitiva, que la persona está necesitada de un sentido para su vida que no acaba de encontrar? Un con­cepto de religión, entendida como asunto estético, sensación cálida o sentirse momentáneamente acompañado, suele rela­cionarse o identificarse con este llamado retorno de lo espiritual.

Frente a todas estas ideas de lo espiritual, me parece urgente recuperar su genuino sentido. Espiritual viene de Espíritu Santo. La espiritualidad es la sinto­nía del espíritu humano con el Espíritu divino. Y si esto es así, lo espiritual abarca todas las dimensiones de la persona, corporales, sensuales, sociales, económi­cas, laborales y políticas. Todo puede y debe ser impregnado del Espí­ritu de Dios. Pues el Espíritu es el Amor de Dios derramado en lo más central y autén­tico de nuestra vida. Derramado, como el agua que se derrama. O sea, que em­papa toda la existencia.

Allí donde hay una persona que vive en el amor, que ayuda al inmigrante, que comparte su dinero con el pobre, que perdona al que le ofende, que trabaja por la paz, que se compro­mete con las causas justas, allí hay una persona espiritual, movida por el Espí­ritu Santo. Y allí donde uno se aleja del mundo, se olvida de los demás, hace como que no se entera, consiente por omisión la injusticia, aunque tenga los ojos en blanco, vaya vestido con há­bitos monásticos, se pase largas horas sentado ante una imagen religiosa o le­yendo libros llamados piadosos, allí no hay una persona espiritual, sino una per­sona apocada, que pierde lamenta­blemente su tiempo.

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