Estructuras de pecado

Lo que hacen algunos individuos termina convirtiéndose en una estructura dañina cuya influencia va más allá de lo individual. Esa estructura hay que calificarla de “pecado estructural”.

Cuando en círculos cristianos hablamos de gracia y pecado solemos pensar en actos y situaciones personales. Sin embargo, el concepto de gracia y el de pecado pueden también aplicarse a las estructuras. El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 408) advierte de “la influencia negativa que ejercen sobre las personas las situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los pecados de los hombres”. El Catecismo no utiliza la expresión “pecado estructural”, pero habla de estructuras que son fruto de los pecados de los individuos.

Lo que hacen algunos individuos termina convirtiéndose en una estructura dañina cuya influencia va más allá de lo individual. Esa estructura hay que calificarla de “pecado estructural”. Esa expresión la utilizaron las Conferencias Episcopales de Medellín y Puebla. Por su parte, Juan Pablo II, en su encíclica Sollicitudo rei socialis, habló de “mecanismos perversos” que condicionan nuestro mundo, cuyas causas no son únicamente económicas y políticas, sino también morales. Juan Pablo II calificó a estas causas morales de “estructuras de pecado”. Sin duda, los individuos influyen, para bien y para mal, en lo económico y lo político. Pero también, sin que nos demos cuenta, lo económico y lo político influyen en la conducta, muchas veces negativa, de los individuos.

Según el Papa, tales estructuras crean en las personas e instituciones obstáculos que favorecen el mal e impiden el bien, difíciles de superar. Más aún, estas estructuras introducen “en el mundo condicionamientos y obstáculos que van mucho más allá de las acciones y de la breve vida del individuo que las ha provocado”. La dinámica de estas estructuras se impone, aún en contra de la voluntad de las personas. ¿Cómo vencer a tales estructuras? De la influencia del pecado estructural solo es posible escapar cuando alguien introduce actitudes que crean estructuras de gracia, de bondad y misericordia, que también influyen en la conducta de los demás y van más allá de la vida del individuo que las ha provocado.

Cuando de la teoría pasamos a los ejemplos, se corre el riesgo de quedarse en los ejemplos y criticar sus debilidades, olvidando lo fundamental. ¿Las instituciones financieras, que invierten en compra de armas y de drogas, son estructuras de pecado? Ahí, sin querer, el inversor o ahorrador está condicionado por una situación perversa que, en parte, no controla ni conoce. ¿Las vallas, o las políticas que consiguen que el mar Mediterráneo se llene de frágiles pateras, que impiden la entrada de inmigrantes, son estructuras de pecado? La ambición política, la búsqueda del poder a toda costa -pecado individual- puede terminar creando estructuras corruptas, sobre todo cuando el cumplir lo prometido a los electores pasa a segundo plano. ¿Quién controla el poder, una vez alcanzado?

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