La Eucaristía, recuerdo provocador

Comulgar con la vida de Cristo transforma nuestra vida. Cuando se hace memoria de Jesús su historia continúa, porque Jesús de Nazaret se hace presente a través de sus seguidores.

“Haced esto en memoria mía”, dice el presidente de la Eucaristía en el momento central de la celebración, prestando su voz a la de Jesús Resucitado, que en el momento de su despedida de la tierra dijo a sus discípulos: “haced esto en recuerdo mío” (Lc 22,19). “Esto” que hay que hacer es tomar el pan y el vino, pronunciando sobre ellos las mismas palabras que Jesús: “esto es mi cuerpo”, “esta es mi sangre”. Cuerpo y sangre, o sea, su persona toda, que se manifiesta en lo que dijo e hizo.

Este recuerdo no remite al pasado. El recuerdo, en los libros bíblicos, implica una actualización. Dios recuerda sus acciones salvíficas cuando realiza en el presente nuevas obras de salvación. Del mismo modo, la comunidad cristiana celebra el memorial de la vida, muerte y resurrección de Jesús (eso es la Eucaristía) haciendo presente sacramentalmente “su cuerpo y su sangre”, binomio que significa su vida completa. Cuerpo y sangre es el todo de la vida de una persona. Comulgar con la vida de Cristo no es algo puramente verbal, es una comunión que transforma nuestra vida.

Importa notar que esta memoria es un recuerdo provocador. Hay historias que no deben olvidarse: unas para que no se repitan; otras para que sigan viviendo: es el caso de la historia de Jesús. Cuando se hace memoria de Jesús su historia continúa, porque Jesús de Nazaret se hace presente en las obras y palabras de sus seguidores, identificados con él al comulgar con su vida. Al hacer memoria de Jesús, hacemos presente su historia. Esta historia no deja a nadie indiferente. Incluso es posible que moleste a muchos. La historia de Jesús es peligrosa para quién la repite y peligrosa para quienes la observan. Quien hace hoy memoria de su vida, si esto no se limita a un juego nostálgico, sino que se traduce en una presencia, corre el mismo riesgo que Jesús: “todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecución” (2 Tim 3,12). Viendo lo que se ve, se comprende qué poca piedad hay.

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