Fe en Dios y progreso temporal

¿Qué aporta el Evangelio a la ciencia y a la técnica? ¿Acaso el amor de Dios sólo tiene repercusiones en la interioridad perso­nal, mientras que la economía, la política o la ciencia tienen sus propios dominios au­tóno­mos?

¿Qué aporta el Evangelio a la ciencia y a la técnica? ¿Acaso el amor de Dios sólo tiene repercusiones en la interioridad perso­nal, mientras que la economía, la política o la ciencia tienen sus propios dominios au­tóno­mos? Incluso, según como se enfoque la política o la ciencia, hasta podrían ha­cer la competencia al mensaje evangélico, puesto que estos dominios seculares re­suelven con más “eficacia” que la oración muchos de los problemas con los que se enfrenta la sociedad de hoy.

Toda mejora social y todo avance científico que contribuye a mejorar las relaciones entre los seres humanos son transmisores de gracia. En tales realidades Dios nos sale al encuentro. Ahora bien, si tales proyectos pueden ser el punto de inserción de la gracia, pueden también esca­par a sus exigencias de universalidad y ausencia de discriminación. En este sentido, todos los proyectos humanos son ambiguos. Pueden servir para bien y utilizarse para mal. Por eso, la gracia los confronta con las exigencias del amor de Dios revelado en la cruz de Cristo. Todos necesitan ser iluminados por el Evange­lio. Así, la gracia actúa para suscitar tales proyectos donde faltan, para estimularlos donde duermen, para rectificarlos donde se desvían.

El hombre de hoy es capaz de planificar y realizar grandes cosas. En este me­dida, el campo de acción de la gracia, pero también el campo de acción del pecado, es cada vez más amplio. Lo que la gracia pretende es liberar al hombre del pecado, del pecado de la humanidad y del pecado personal. Esta liberación exige hoy que se des­velen las formas concretas que reviste el pecado en la vida individual y social, así como poner en práctica todos los recursos que pueden favorecer las formas autén­ticas de la existencia humana. La predicación de la gracia es más necesaria que nunca.

El Evangelio no entra a discutir cuestiones técnicas u organizativas. Pero sí tiene una palabra que decir cuando la técnica y la economía se convierten en instrumentos de desgracia, de enriquecimiento desmesurado de unos pocos, de excesivo control de las per­sonas, en definitiva, de deshumanización. Tampoco la política es la solución de todos los problemas (pobreza, inmigración, paro, tragedias familiares, pueblos em­pobreci­dos, etc.). ¿Quién pone límites al poder? ¿Con qué criterios se rige la econo­mía? La eficacia puede ser inhumana, injusta, opresora. Por eso la ciencia y la política deben ser conscientes de sus límites y tomar opciones inspiradas por un humanismo. Y aquí interviene la gracia. La ciencia y la técnica no son malas. Lo son en cuanto se con­vierten en fundamento de sí mismas, se cierran sobre sí mismas y se erigen en prin­cipio único y determinante de todo lo demás. Cuando así ocurre el hombre se pierde como apertura a los demás y a Dios, y anticipa su desgracia.

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