Fuertes y valientes de corazón

Jesús, clavado en la cruz, muere con esperanza en medio de la desesperación más absoluta.

En este mundo hay demasiados crucificados. Para ellos son también esas palabras del salmo 31: sed fuertes y valientes de corazón los que esperáis en el Señor.

“Sed fuertes y valientes de corazón los que esperáis en el Señor” son las últimas palabras del salmo 31. Este salmo la Iglesia lo canta en la liturgia del viernes santo. Según el evangelista Lucas, Jesús, clavado en la cruz, pronunció uno de los versos del salmo 31: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Lucas quiere subrayar la esperanza con la que Jesús muere, una esperanza en medio de la desesperación más absoluta. De hecho, el salmo 31, que comienza con unas palabras de esperanza (“al Señor me acojo, no quede yo nunca defraudado”) es la súplica de un acusado inocente, de un moribundo, expuesto a la persecución y excluido de la comunidad. A pesar de las acusaciones injustas de que es objeto, sigue confiando en Dios.

Lucas no pretende decir que Jesús muriera recitando este salmo. Pero sí quiere decir que muere con los sentimientos que en él se reflejan y, por tanto, que el salmo es aplicable a la situación de Jesús crucificado, abandonado por los suyos y hasta por el Padre, según dicen Mateo y Marcos. Su obra parece un fracaso absoluto. Ahora bien, si las palabras finales del Salmo (“sed fuertes y valientes”) pueden aplicarse a Jesús crucificado, abandonado y aparentemente fracasado, entonces hay que afirmar, para ser consecuentes con el imperativo de la frase y el plural de los que esperan en el Señor, que Jesús tenia conciencia de que no moría para él solo. Se dirigía a todos. Él es el icono de toda persona que se encuentra en trance de morir. Estas palabras: “sed fuertes y valientes de corazón los que esperáis en el Señor”, puestas en labios de Jesús, hay que ponerlas en nuestros propios labios. Y repetirlas con tanta más fuerza cuanto mayores sean las dificultades a las que nos enfrentamos.

En este mundo hay demasiados crucificados. Conozco gente sin trabajo, que tienen dificultades para llegar a fin de mes. Personas afectivamente cercanas sufren una situación de profunda tristeza, sienten la fragilidad de su propia vida. De todos ellos me acordaré en la liturgia de este viernes. Y me acordaré de mí, que también soy frágil y débil. Todos nosotros, si somos creyentes, deberíamos escuchar con esperanza las palabras que reflejan los sentimientos de Jesús y que, como he dicho, él pronuncia también pensando en nosotros: en vuestra desesperanza, tristeza, soledad, fragilidad y precariedad “sed fuertes y valientes de corazón los que esperáis en el Señor”.

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