Hace falta una fuerza increíble

Cuando alguien es capaz de situar la verdad y la justicia por encima de su comodidad manifiesta tener una gran esperanza.

Tomás de Aquino decía que los jóvenes, al contrario de lo que ocurre con las personas mayores, tienen mucha esperanza, porque tienen futuro y vitalidad. Con todo respeto hacia el maestro de Aquino me permito decir que algunos jóvenes, más que futuro, lo que tienen son falsas ilusiones; y su vitalidad, a veces, es resultado de las hormonas. Hay personas mayores que tienen una muy buena esperanza, a pesar de las decepciones que han sufrido en su vida. Es posible que se hayan equivocado muchas veces; es posible que, buscando una cosa buena, hayan encontrado realidades no deseadas. Si, a pesar de todo, siguen adelante, si no se desaniman, si siguen luchando es porque tienen una buena esperanza.

No es la vana ilusión lo que sostiene a la esperanza, sino la fuerza en la debilidad, el convencimiento de que, a pesar de todo, vale la pena continuar. Esta esperanza sorprende al mismo Dios, según decía poéticamente Charles Peguy: “La esperanza - dice Dios- eso sí que me admira, eso sí que es sorprendente. Que estas pobres criaturas vean cómo va todo esto y crean que mañana irá mejor. Que vean cómo va hoy y crean que mañana por la mañana irá mejor. Esto sí que es sorprendente y es realmente la maravilla más grande de mi gracia. Yo mismo estoy sorprendido. ¡Hace falta que mi gracia sea de verdad una fuerza increíble!”.

Cuando atravesamos un largo túnel oscuro corremos el riesgo de perder la paciencia. Sólo es posible mantener la paz y continuar el camino si uno está convencido de que después de cada noche viene un amanecer. Cuando la noche la provocan las personas es cuando parece más larga y se hace más difícil mantener la paz. En estos momentos uno no es feliz con lo ocurrido. Pero si conserva la esperanza tendrá paz.

Las instituciones no las sostienen los que redactan documentos o los que proponen planes sin medir cómo pueden afectar a las personas, sin calcular las consecuencias negativas que pueden tener. Las instituciones las mantienen los que trabajan, conscientes de las dificultades y buscando, no la grandeza de la institución, sino el bien de las personas. Cuando uno no se siente valorado o recompensado no es fácil trabajar. Sin embargo, hay quién prefiere el sacrificio al reconocimiento. Benedicto XVI dice algo parecido, hablando precisamente de la esperanza: “la capacidad de aceptar el sufrimiento por amor del bien, de la verdad y de la justicia, es constitutiva de la grandeza de la humanidad”.

Cuando alguien es capaz de situar la verdad y la justicia por encima de su comodidad manifiesta tener una gran esperanza. La esperanza de que, a pesar y en contra de todas las apariencias, el bien terminará triunfando porque es más fuerte que el mal, la esperanza de que tras el largo invierno vendrá la primavera. Una esperanza así nos une a Cristo muerto y resucitado, capaz de hacerse presente en todos los inviernos y hasta en todos los infiernos: “si me acuesto en el abismo, allí te encuentro, porque la tiniebla no es oscura para ti” (Salmo 139).

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