Honrar el propio cuerpo

La salud corporal es importante no solo para tener una vida buena, sino una vida espiritual buena. Porque el estado del cuerpo influye en el estado del alma. Y a la inversa: la salud mental ayuda a superar muchas enfermedades corporales.

La salud corporal es importante no solo para tener una vida buena, sino una vida espiritual buena. Porque el estado del cuerpo influye en el estado del alma. Y a la inversa: la salud mental ayuda a superar muchas enfermedades corporales. Recuerdo que el Concilio Vaticano II decía: “el ser humano no debe despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, debe tener por bueno y honrar su propio cuerpo, como criatura de Dios que ha de resucitar en el último día”.

A veces, para consolar a una persona que está enferma, se oyen cosas parecidas a esta: “ofrécele tus sufrimientos y tus dolencias al Señor”. Entiendo la buena intención con se dicen esas cosas. Pero quizás sería mejor decir: “cuídate, cúrate, ponte buena, para que puedas ofrecerle al Señor cosas buenas, como tu salud, tu buen humor, tu optimismo”. Hay que cuidar y respetar a los enfermos, hay que procurar que tengan la mejor calidad de vida posible, para mejorar su buen ánimo y para que de este modo puedan ofrecer al Señor lo mejor de sí mismos. A Dios hay que amarle con toda nuestra realidad, de ahí que el orante también ora a Dios con su cuerpo, con los gestos, con la voz, con los olores y sabores. Si cuidamos la calidad de los gestos, la calidad del canto, de las flores, del incienso, cuidemos también la calidad del cuerpo que ofrece todo eso.

La gracia y el amor de Dios tienen repercusiones psíquicas y corporales. Cuando se vive en amistad y gracia de Dios todas las dimensiones de vida humana quedan fortalecidas y se perfecciona el núcleo más íntimo de la persona, de modo que el amor de Dios proporciona estabilidad a la persona, nos hace ver las limitaciones de la vida, incluida la muerte, de otra manera, hace que nuestra vida tenga sentido, ofrece razones para vivir y para esperar. La inversa también es verdad: cuidar el cuerpo, comer razonablemente bien, moderarse en la bebida, eliminar totalmente el tabaco y otras drogas perjudiciales, vestirse adecuadamente, hacer deporte, tener una vida sana, no sólo hace que uno se sienta más satisfecho de sí mismo, sino que, si además es cristiano, todo eso le ayuda a dar gracias a Dios, a alabarle por sus beneficios, a rezar con más paz y alegría.

Evidentemente, no pretendo hacer un canto al cuerpo sano, esbelto, bello. Un cristiano valora todos los cuerpos, el cuerpo enfermo y anciano más que a ningún otro. Pero sí que trato de decir que los cuidados corporales son un modo de colaborar en el proyecto de Dios sobre cada uno de nosotros, un modo de valorar el regalo que Dios nos ha hecho al darnos esta nuestra vida concreta, con sus características únicas. El cuerpo es un regalo de Dios. Cuidar el regalo es valorar al dador del regalo. Despreciar el regalo o descuidarlo es despreciar a aquel que nos ha obsequiado con tan gran signo de su amor.

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