Humanitos

El ser humano es capaz de lo peor y de lo mejor. Ni lo uno ni lo otro ha perdido un ápice de actualidad. Esta paradoja de un ser capaz de lo mejor y de lo peor es el precio que hay que pagar por la inteligencia de los que no somos dioses.

Un buen amigo me ha enviado un poema del escritor uruguayo Eduardo Galeano, titulado: “humanitos”, que describe con maestría la paradoja del humano: capaz de lo peor (cazadores del prójimo, creadores de la bomba atómica, la bomba de hidrógeno y la bomba de neutrones; los únicos que matan por placer, los únicos que torturan, los únicos que violan), y de lo mejor (los únicos que ríen, los únicos que sueñan despiertos, los que convierten la basura en hermosura, los que descubren colores que el arcoíris no conoce). Ni lo primero ni lo segundo ha perdido un ápice de actualidad. Pues al lado de bombas (rusas o no es lo de menos) que golpean hospitales o talibanes que maltratan a mujeres, también hay personas capaces de entregar su vida por los demás.

Esta paradoja de un ser capaz de lo mejor y de lo peor es el precio que hay que pagar por la inteligencia de los que no somos dioses. Solo Dios es capaz de lo mejor (e incapaz de todo mal), porque la inteligencia no demuestra su grandeza en la posibilidad de hacer el mal, sino en la capacidad de hacer el bien. Pero el hombre no es Dios, es “casi como un dios”, tal como dice el libro de los Salmos. El “casi” es la condición de ser, porque si Dios crea, no puede crear otro Dios, puesto que entonces no habría creación, sino (puestos a decir una imprecisión, con la que espero que se me entienda) una prolongación de Dios. Si Dios crea, debe crear un “no dios”, o sea, un ser finito. Un ser que no es Dios, pero es “casi” como un Dios.

Incluso a nivel de lo creado, el “casi” hace que las distintas sean infinitas. Ya se sabe: el humano y el chimpancé comparten el 99 por ciento del ADN. Este uno por ciento hace que la diferencia sea cualitativamente distinta. Como dice Eduardo Galeano en su poema: “nuestros genes son casi igualitos a los genes de los ratones”. Bueno, pues el “casi” que nos acerca a Dios, hace que los humanos no seamos cualitativamente y sustancialmente buenos y sólo buenos, sino que tengamos capacidad para el mal.

Con todo, hay una diferencia entre el “casi” del chimpancé y de los ratones con respecto al humano, y el “casi” del humano con respecto a Dios. Porque, mientras el uno por ciento del chimpancé nunca logrará cubrir la distancia respecto al humano, de modo que el chimpancé, sin dejar de ser chimpancé, sea humano; el “casi” del humano con respecto a Dios hace posible “ser como Dios” sin dejar de ser humano. Si uno deja de ser chimpancé o humano ha perdido su identidad. Pero cuando el humano “participa” de Dios, puede ser divino sin dejar de ser humano. Es un humano divinizado. Y en esta divinización no pierde su identidad, sino que alcanza la plenitud de lo humano.

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