Máximo histórico de no creyentes

La cifra de ateos, agnósticos y quienes sienten indiferencia hacia la religión, se sitúa en España en máximos históricos.

Según un estudio reciente del Centro de Investigaciones Sociológicas la cifra de ateos, agnósticos y quienes sienten indiferencia hacia la religión, se sitúa en España en máximos históricos, alcanzando casi el 39 % de la población. Igualmente serio es este otro dato: entre el 56,6% de los que se declaran católicos el 39,9 % son católicos no practicantes.

Las cifras tienen sentido cuando se las contextualiza. Comparar las cifras de hoy con las del año 2000, cuando más del 83 % de los ciudadanos españoles se declaraba católico, no es una buena comparación, porque eso de “ser católico” no tiene el mismo sentido hoy, ni las mismas consecuencias vitales que en otros tiempos. En otros tiempos la presión social facilitaba declararse católico y dificultaba declararse no creyente. Muchos católicos de antaño sólo lo eran de nombre, a lo sumo estaban bautizados y poco más.

Los datos tienen una importancia relativa. Pueden servir de estímulo para que los católicos nos preguntemos por la calidad de nuestra vida y de nuestro testimonio. Pero me parece que no debemos culpabilizarnos, al menos globalmente. Ya san Pablo decía que “la fe no es de todos” (2 Tes 3,2). A propósito de este texto bíblico, Tomás de Aquino aclara que la fe no es de todos porque se apoya en principios no evidentes. Por tanto, quienes solo admiten como real lo que puede tocarse con las manos o lo que puede demostrarse científicamente, es normal que tengan muchas dificultades para creer en Dios.

La fe es para todos, pero no es de todos. La Iglesia tiene la obligación de anunciar el evangelio “a todas las gentes”, pero como una propuesta que apela a la libertad. Incluso, entre los creyentes, como ocurría entre los que escuchaban a Jesús, hay diferentes tipos de adhesiones. En la Iglesia hay creyentes convencidos, maduros, responsables; hay cristianos que se limitan a asistir a la Misa dominical; están los bautizados no practicantes, unos más indiferentes que otros. Más allá estarían los explícitamente no cristianos. Estas gradaciones han existido siempre, sólo que hoy somos más conscientes de ellas. Además, hoy, en materia religiosa, cada vez las personas hablan con más claridad y no tienen inconveniente en declarar su grado de adhesión a la fe.

Las reflexiones precedentes no implican ninguna superioridad moral entre creyentes y no creyentes, o entre creyentes de distintas confesiones o religiones. La relación con Dios se expresa en una fe, pero eso no significa que Dios no ame a todas las personas, ni tampoco significa que las personas que no profesan una fe estén alejadas de Dios. Pueden cumplir su voluntad si siguen los dictados de su conciencia. En este sentido decir que uno es practicante o no practicante puede tener un sentido social, pero esta declaración no retrata la intimidad del corazón ni el grado de adhesión real a la voluntad de Dios.

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