Mutua docilidad

Dios, si quiere ser acogido, debe hablar en lenguaje humano, históricamente situado. Este lenguaje no debe ser absolutizado, sino interpretado

En mi entrega anterior me referí al Documento “¿Qué es el hombre?”. de la Pontificia Comisión Bíblica. A mi parecer es un documento que merece ser meditado en grupos cristianos de estudio y reflexión. La Biblia debe interpretarse teniendo en cuenta su contexto histórico y cultural. Dios, si quiere ser acogido, no tiene más remedio que hablar en un lenguaje humano, históricamente situado. Este lenguaje no debe ser absolutizado. Debe ser entendido e interpretado. Si así se hace, estamos ante el mejor remedio contra el fundamentalismo, producto de lecturas literalistas y descontextualizadas de la Escritura.

Pongo un ejemplo, sin ganas de polémica: el documento considera problemático, y en contraste con el modo de concebir hoy la relación esponsal, “deducir que como Cristo es cabeza de la Iglesia, así el esposo es cabeza de la esposa (Ef 5,23). Pablo trata así de fundar la potestad de marido sobre la mujer, acogiendo probablemente lo que en la cultura de su tiempo aparecía como algo natural, para garantizar el orden de la familia”. Pero entonces, la relación entre el esposo y la esposa resulta “asimétrica”, y “exige una específica forma de obediencia por parte del cónyuge sometido”.

Ahora bien, “prescribir que las mujeres se sometan a sus maridos en todo (Ef 5,24) no parece un mandato adecuado para definir la relación entre los esposos, donde la perfección del amor debería manifestarse en el diálogo, o mejor, en el consentimiento de cada uno hacia la verdad expresada por el otro, de modo que ambos obedezcan lo que Dios quiere. La docilidad, por tanto, no se exige sólo a la mujer, sino también al marido. Y no sólo se le pide al esposo que ame dándose del todo, sino que también a la mujer se le pide la misma donación total, expresada por Cristo en su entrega amorosa a la Iglesia”.

De estas reflexiones, el documento saca dos consecuencias: la primera es que los pronunciamientos pastorales de Pablo que ponen a la mujer en posición de inferioridad, han de comprenderse en su contexto cultural. “La segunda consecuencia va, en cierto sentido, en dirección opuesta y se expresa como un interrogante al modelo paritario exigido por la mentalidad contemporánea sobre cuál es la adecuada relación entre marido y mujer”. Cuando hay disparidad de criterios entre los cónyuges, ¿cómo tomar decisiones que afectan a ambos y tal vez también a los hijos? ¿Cómo tutelar la concordia familiar si ninguno cede, si ninguno se somete al parecer del otro?

Responde con sabiduría la comisión bíblica: una estructura paritaria “exige a cada uno de los cónyuges una gran atención al bien común de la familia y una humilde disponibilidad para escuchar al otro, hasta someterse amorosamente a la verdad (es decir, a la voluntad de Dios) que se revela en el paciente diálogo del discernimiento. En caso contrario, uno de los dos prevalecerá sobre el otro de forma solapada, con inevitables consecuencias negativas para la duración del vínculo esponsal”.

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