Nacer de Dios: recibir el esperma divino

Junto con el modelo jurídico de la adopción, encontramos en el Nuevo Testamento textos que hablan de la filiación divina con fórmulas similares a las de una filiación natural.

Junto con el modelo jurídico de la adopción (del que hemos hablado en el post anterior), encontramos en el Nuevo Testamento textos que hablan de la filiación divina con fórmulas similares a las de una filiación natural. Hasta el punto de que la primera carta de Juan (3,9) llega a decir del que “ha nacido de Dios”, que “su esperma” permanece en él. Y como tiene tal germen “no puede pecar, porque ha nacido de Dios”. Los escritos joánicos, más que de “hijos de Dios”, hablan de los “nacidos de Dios” (Jn 1,12-13; 3,3-8; 1 Jn 2,29-3,1; 3,9-10; 4,7; 5,1.4.18). Pero no se trata de un nacimiento humano o terreno, sino “espiritual”, en virtud del Espíritu Santo. No es un nacimiento por impulso de la carne; es el resultado de una acogida: “a los que lo recibieron, los hizo capaces de ser hijos de Dios” (Jn 1,12-.13); “lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu” (Jn 3,6). Aún con la precisión de que este nacimiento es del Espíritu, la terminología es tan realista que quién la escu­cha no entiende cómo puede ser posible: “¿cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?” (Jn 3,4).

El modelo de la adopción deja clara la iniciativa y libertad de Dios al hacernos sus hijos. El modelo del “nacer de Dios” aclara el otro aspecto de la relación, a saber, somos hijos si acogemos el don de Dios por la fe: “a los que le recibieron”, a los que creen, les hizo hijos (Jn 1,12); “el que obra la justicia” nace de él (1 Jn 2,29); “no co­mete pecado el que ha nacido de Dios” (1 Jn 3,9; 5,18); “el que ama” ha nacido de Dios (1 Jn 4,7); “el que cree que Jesús es el Cristo” ha nacido de Dios (1 Jn 5,1). Tam­bién san Pablo lo deja claro: “sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gal 3,26); “los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (Rm 8,14).

La iniciativa divina, gratuita e incondicional, pide una acogida libre y agrade­cida por parte del hombre para que el amor pueda alcanzar su perfección. Pues sólo en la reciprocidad alcanza el amor su plenitud. Los dos aspectos de la filiación divina son necesarios, pues así queda claro tanto la gratuidad del amor como la im­portancia de la acogida para lograr la perfección del amor.

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