Notre Dame como metáfora

Más allá del desgraciado hecho, el incendio de la Catedral de París suscita algunas reflexiones

Católicos y no católicos hemos lamentado el incendio ocurrido en la Catedral de París, símbolo de la religiosidad y de la cultura europeas. Dentro del mal siempre hay cosas buenas, destellos de esperanza. Se ha salvado la principal imagen de la Virgen y otras reliquias. Se ha desatado una ola de solidaridad mundial, no solo en el terreno moral, sino también en el económico, la desgracia ha suscitado un sentimiento de fraternidad en esta nación que tiene como lema no sólo la igualdad y la libertad, sino también eso más difícil que es la fraternidad.

Más allá del desgraciado hecho, el incendio suscita algunas reflexiones. Lo ocurrido en Notre Dame puede ser una metáfora de la Iglesia. Durante toda su historia (ya desde sus mismos comienzos en vida de Jesús: basta pensar que entre sus amigos más íntimos había un traidor) la Iglesia se ha visto sacudida por todo tipo de vientos en contra. También hoy muchos se preguntan qué futuro tiene la Iglesia en general y muchas de sus grandes instituciones en particular. Pues bien, el firme deseo de levantar otra vez la Catedral de París y dejarla nueva y reluciente, es una metáfora de una Iglesia que cae y se levanta. Porque si es penoso caer, lo más grave es no levantarse. La Iglesia cae, los religiosos, los sacerdotes, los cristianos caen. La gran pregunta es si se levantan.

Por otra parte, los templos son importantes. La belleza de las piedras, y de lo que ellas contienen y hacen posible, ayuda a elevar el espíritu a lo trascendente. Los cristianos no debemos olvidar que el culto que Dios ama es el que se le tributa en “espíritu y verdad”. Necesitamos cuerpo, signos materiales, pero lo importante es lo que hay en nuestro corazón. Porque si hay espíritu nos mantendremos en pie. Si no hay espíritu, por más incienso, procesión, canto y piedra que haya, nuestra espiritualidad será pura apariencia. Será una contradicción: una espiritualidad sin Dios.

Finalmente, y muchos ya lo están diciendo en las redes sociales: no hay que olvidar que si las piedras son importantes, en definitiva son piedras muertas, que pueden quemarse y reducirse a cenizas. Hay otras piedras, las vivas, con las que se construye el templo espiritual agradable a Dios. Esas piedras vivas son las personas. Y las piedras vivas más delicadas son los enfermos, los abandonados, los maltratados, los verdaderamente necesitados. Está bien haber recaudado ya más de 800 millones de euros para restaurar la Catedral de París. Cuando queremos, hay dinero. Y se recauda en poco tiempo. Pues eso, cuando queremos hay soluciones para las necesidades humanas.

Yo no voy a caer en la demagogia de Judas, cuando María gastó mucho dinero en un frasco de perfume para manifestar su amor a Jesús. Pero no hay que olvidar que Jesús alabó el gesto de María y, al mismo tiempo, recordó que los pobres estaban ahí.

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