Oración y teología, mutuamente implicadas

Una oración sin teología produce visionarios, crédulos y fanáticos; una teología sin oración carece del ambiente necesario para realizar su tarea, y se convierte en ciencia presuntuosa y vacía.

Según el Concilio Vaticano II, la comprensión de la palabra de Dios crece “cuando los fieles la contemplan y estudian repasándola en su corazón”. Contemplar y estudiar son dos verbos que van unidos, pues se implican mutuamente, remiten el uno al otro. No hace falta forzar el texto para traducir “contemplación y estudio” por “oración y teología”.

Una buena oración se prolonga en el estudio y en la búsqueda teológica, pues el amante (o sea, el orante) desea conocer cada vez mejor al Amado (a Dios). Para conocerle mejor es necesario pensar, reflexionar, buscar, en una palabra, estudiar. El “estudio del Amado” se llama teología. Y la teología, dice Tomás de Aquino, tiene una meta, un objetivo, una finalidad: Dios mismo y todo lo que a él se refiere.

En apoyo de los verbos contemplar y estudiar, el Concilio cita un texto del Evangelio, ese que dice que María, después de maravillarse de lo que escuchaba de su Hijo, “guardaba todas esas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). Meditar es reflexionar, pensar, dar vueltas a las cosas. Eso es exactamente la teología: pensar, reflexionar sobre la Palabra de Dios y la incidencia que esa Palabra tiene en la vida.

Quizás sea bueno aclarar que hacer teología no es algo reservado a especialistas. Todo creyente hace teología, aunque la mayoría de forma espontánea, cuando se pregunta qué quiere decir la Palabra de Dios o cuando busca una respuesta a las preguntas que le plantea la fe. Hay dos maneras de hacer teología: una más espontánea y otra más técnica. Muchos creyentes se quedan solo con la espontánea, pero si su reflexión es buena buscarán modos de mejorarla, por medio de lecturas que les ayuden a profundizar en los conocimientos bíblicos y teológicos.

Según Tomás de Aquino el estudio de la teología nos hace amigos de Dios. Porque la teología nos hace conocer mejor a Dios y, al conocerle mejor, le amamos más limpia y más intensamente. Y cuanto más le amamos, mejores amigos suyos somos. Un amigo desea conocer lo más íntimo, los secretos más profundos del amigo. Para eso sirve la teología. En este sentido, la teología es la necesaria prolongación de la oración. Pues si la oración es encuentro, la teología es conocimiento: he aquí las dos dimensiones de la amistad. Oración y teología están estrechamente unidas y compenetradas, manan de la misma fuente, se unen en el mismo caudal, corren hacia el mismo fin.

La teología ayuda a orar mejor, el conocimiento da calidad al encuentro; la oración busca un mejor conocimiento del amado. Una oración sin teología produce visionarios, crédulos y fanáticos; una teología sin oración carece del ambiente necesario para realizar su tarea, y se convierte en ciencia presuntuosa y vacía. Oración y teología se retroalimentan la una a la otra. Separarlas es mutilar a las dos. En realidad, es imposible separarlas. Si alguien lo pretende es porque no comprende lo que son, por tanto, es alguien que no sabe lo que hace.

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