Orar por los difuntos

El purgatorio es el primer momento del encuentro con Cristo, que transforma, libera y purifica. Ahora bien, si el purgatorio es ya el primer momento del encuentro con el Señor (un encuentro purificador), ¿qué sentido tiene la oración por los difuntos si ya se han encontrado con el Señor?

El día siguiente de la fiesta de todos los santos, la Iglesia lo dedica a recordar a los fieles difuntos y a orar por ellos. Esta oración es un gesto de amor y de solidaridad, pero también supone que estos difuntos todavía pueden ser ayudados, se les puede dar un último empujón para llegar a la plenitud de la gloria y del encuentro con Cristo.

Lo que subyace detrás de esta convicción se conoce como doctrina del purgatorio. Benedicto XVI, en su encíclica Spe Salvi, ha ofrecido una interpretación del purgatorio en línea con lo que dice la teología actual: se trata de un encuentro con Cristo, juez y salvador, que nos transforma y nos libera. Un encuentro purificador, que quema con el fuego del amor toda la paja que hemos acumulado a lo largo de la vida. Porque aún estando afincados en Cristo, en ocasiones se han adherido a este buen fundamento realidades no del todo coherentes con el fundamento. Por eso hay un momento de dolor en este encuentro, pero es un dolor bienaventurado, en el que está la salvación. Es el “dolor del amor” que se transforma en alegría, pues entonces experimentamos y acogemos “el predominio de su amor sobre todo el mal en el mundo y en nosotros”.

Ahora bien, si el purgatorio es ya el primer momento del encuentro con el Señor (un encuentro purificador), ¿qué sentido tiene la oración por los difuntos si ya se han encontrado con el Señor? Por una parte, sentimos la necesidad de hacer llegar a los seres queridos que ya se fueron un signo de bondad, de gratitud o también de petición de perdón. Pero la gran cuestión es si este signo tiene alguna repercusión en la situación del difunto.

 Respuesta del Papa: “Ningún ser humano es una nómada cerrada en sí misma. Nuestras existencias están en profunda comunión entre sí, entrelazadas unas con otras a través de múltiples interacciones. Nadie vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se salva solo. En mi vida entra continuamente la de los otros. Y viceversa, mi vida entra en la vida de los demás, tanto en el bien como en el mal. Así, mi intercesión en modo alguno es algo ajeno para el otro, algo externo, ni siquiera después de la muerte. En el entramado del ser, mi gratitud para con él, mi oración por él, puede significar una pequeña etapa de su purificación”.

Una aclaración para los que hacen cálculos con la oración a base de años, meses y días. Dice Benedicto XVI: “No es necesario convertir el tiempo terrenal en el tiempo de Dios: en la comunión de las almas queda superado el simple tiempo terrenal. Nunca es demasiado tarde para tocar el corazón del otro y nunca es inútil”.

Con lo dicho debería quedar claro que nuestra esperanza también es esperanza para los otros. Dice Benedicto XVI. “Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza? Entonces habré hecho el máximo también por mi salvación personal”.

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