Purgatorio, antesala del cielo

A veces se dice que el purgatorio es un infierno temporal. Pero puestos a comparar el purgatorio con otros estados o situaciones del más allá, la buena comparación no es con el infierno, sino con el cielo.

A veces se ha dicho y entendido que el purgatorio es un infierno temporal. Pero puestos a comparar el purgatorio con otros estados o situaciones del más allá, la buena comparación no es con el infierno, sino con el cielo. El purgatorio es la antesala del cielo. Y por eso hay que concebirlo, ante todo, en categorías de esperanza. Porque el que está en la antesala, sabe que le queda muy poco para entrar en la sala; más aún, sabe que la entrada en la sala es segura. Y cuanto más segura es la esperanza, más fuerte es la alegría. El purgatorio no es un lugar de pena, sino de alegría por el bien cercano.

Con todo, es mejor concebir el purgatorio no en términos de lugar (antesala), sino en términos de “estado”. Y en vez de hablar de lugar de purgación, hablar de estado de purificación. Visto desde la perspectiva del encuentro con Dios, habría que decir que el encuentro con el inmensamente Puro requiere una situación adecuada y acorde de pureza. Para encontrarse con el Santo es necesaria la santidad, para que el abrazo con el Amor de los amores sea auténtico se necesita un amor purificado. Visto desde la bondad de Dios, habría que decir que no somos nosotros los que nos purificamos, porque no sabemos ni somos capaces de conseguir la pureza que Dios requiere, sino que es Dios quién nos purifica. Eso sí, nos purifica y hace que nosotros nos purifiquemos.

¿Y cómo nos purifica? ¿Castigándonos? No, abrazándonos. El purgatorio es el primer momento del abrazo amoroso del Dios que, desde siempre, nos ha estado esperando. En este momento primero del abrazo, nos daremos cuenta de lo que mucho que nos ama y de lo poco que nosotros le hemos amado. Y al darnos cuenta de ese gran amor y de nuestro poco amor, experimentaremos una sensación de “vergüenza”, una sensación de indignidad, que nos hará exclamar: “Señor, no soy digno de tu amor, no soy digno de entrar en tu casa”. Y él nos sonreirá y nos levantará. La experiencia de indignidad se convertirá en la experiencia de un gran amor. El amor es purificador, madurador y acrisolador, pero también es plenificador. El momento purificador dará paso enseguida al momento de la plenitud.

El dogma del purgatorio es el dogma del matiz. Ni somos tan buenos como nos imaginamos, ni tan malos como se imaginan nuestros enemigos. Somos frágiles, pero resulta que Dios ama lo débil, lo frágil; por eso enaltece a los humildes y colma de bienes a los hambrientos.

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