Vender armas

El dinero que se gasta en armas se podría emplear para fertilizar muchas de las zonas más estériles del planeta y solucionar así el problema del hambre en el mundo.

La facilidad que hay en Estados Unidos para que cualquier persona mayor de edad pueda comprar armas de fuego, es un asunto menor (no digo que no sea un asunto serio), comparado con el gran negocio que supone la venta de armas a niveles amplios y globales, siendo los gobiernos los principales vendedores y compradores. Se trata del negocio más lucrativo del mundo, seguido por el tráfico de drogas y la prostitución. La lista de los vendedores la encabezan Estados Unidos, Rusia y China, pero no conviene olvidar que, entre los diez primeros fabricantes del mundo se encuentra España.

Si el negocio de armas es lucrativo, es lógico que haya negociantes. Y para que el negocio continúe hay que gastar las armas vendidas para que así sea necesario comprar otras nuevas. O fabricar armas más poderosas, que dejen obsoletas a las antiguas, para así incitar a comprar los últimos modelos. Las armas se gastan, sobre todo, en las guerras. Así se comprende que la guerra es necesaria para que el negocio continúe.

El dinero que se gasta en armas se podría emplear en otras cosas, no sé si más rentables, pero sí más necesarias, como por ejemplo para fertilizar muchas de las zonas más estériles del planeta y solucionar así el problema del hambre en el mundo. De paso, a lo mejor también se solucionaba la presión migratoria que, en gran parte, se debe precisamente a la guerra y al hambre.

Hoy, que se protesta por tantas cosas, que se hacen tantas llamadas, que aparecen tan­tos reclamos; hoy, que hay organizaciones para todo, ¿no sería bueno que entre las personas de buena voluntad fuésemos creando un ambiente para reducir a sus mínimos niveles el comercio de armas? A sus mínimos niveles quiere decir algo así: de la misma manera que los Estados, algunos al menos, persiguen el tráfico de drogas, y para esto se requiere una cierta fuerza, también los Estados deberían disponer de la mínima fuerza necesaria para erradicar la fabrica­ción y el tráfico de armas. Pues es claro que, si los Estados dejan de fabricar armamento y venderlo, otros lo harán. El deber de los Estados es impedirlo. Para impedirlo deben empezar por dejar de ser ellos mismos los primeros fabricantes y vendedores.

Conclusión no sé si realista o pesimista: soy consciente de que muchas de las cosas dichas en los dos últimos párrafos de este artículo son un sueño. Y los sueños, sueños son.

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