Vida en abundancia

¿De que Dios hablamos? ¿De un Dios justiciero y castigador, un Dios que envía sequías, inundaciones, terremotos o pandemias para castigar los pecados de la humanidad?

Si educar es alimentar y ayudar a crecer, será necesario que cada uno se pregunte cuál es el mejor alimento. Además, el alimento no se toma a la fuerza. Por eso, es importante que el evangelio se presente como una propuesta positiva.

La pretensión de Jesús fue dar vida y vida en abundancia (Jn 10,10). Así se convierte en parábola o en referencia de lo que todo ser humano es y busca: un ser llamado a una vida dichosa y feliz. ¡Nada más concreto y al mismo tiempo más universal! Lo específicamente cristiano es de tal naturaleza que no resulta extraño para nadie. En el fondo, es lo que todos buscan y lo que todos, aún sin saberlo, esperar encontrar. Lo que con Jesús aparece es que no hay vida auténtica e imperecedera fuera de la referencia a Dios. Y esta referencia, para nosotros, personas del siglo XXI, es el interrogante fundamental que Jesús nos plantea. El mensaje de Jesús se presenta como una buena noticia para el hombre de parte de Dios. Dios ama a todos y cada uno de los seres humanos y quiere para ellos un futuro lleno de vida. Lo que todos buscamos coincide con lo que Dios quiere y lo que Jesús, en su nombre, anuncia: un mensaje de felicidad y de vida.

De ahí la importancia de preguntarnos: ¿de que Dios hablamos? ¿De un Dios justiciero y castigador, un Dios que envía sequías, inundaciones, terremotos o pandemias para castigar los pecados de la humanidad? Ante un Dios así, el ser humano, o bien se rebela o, a lo sumo, debe limitarse a estar pasivamente en la naturaleza sin intentar cambiarla.

Todas estas imágenes de Dios, nada tienen que ver con el Dios de Jesús. El Dios de Jesús promueve la dignidad de la persona, sustenta la libertad, es amante de la vida, y sólo desea la felicidad del hombre. De ahí que no se comporta de forma extravagante, ni cambia las leyes de la naturaleza a su antojo, ni pone a prueba al ser humano, ni se comporta de forma elitista. Es un Dios ligado a la humanización e indisociable de la humanización. Más que buscar su gloria, lo que busca es nuestro bien. Dicho de forma más precisa: su gloria es nuestro bien. Dios es glorificado cuando el hombre es feliz. El Dios de Jesús nunca piensa en sí mismo ni busca ser servido. Piensa en nosotros y busca nuestro bien. No quiere siervos, sino amigos. No quiere incienso, sino fraternidad.

Toda educación religiosa debe presentar un Dios en positivo. No sólo como el que remedia nuestras carencias sino, sobre todo, como el que lleva a plenitud lo humano. No habría, pues, que presentarlo como el “soluciona problemas”, sino como el que dignifica a la persona, la fundamenta y la hace existir. Cierto, todos somos víctimas de inelegancias y apelamos a Dios cuando truena. Pero esta no es la forma primaria en el que la persona va a Dios. No va por la vía de la indigencia, sino en su hacerse persona, en la plenitud de su ser, en la plenitud de su vida y de su muerte.

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