Virginidad Consagrada, ¿un carisma inútil?

El carisma de la virginidad consagrada es poco conocido, tanto en la Iglesia como en la sociedad. En estos próximos días, desde el 28 de julio al 1 de agosto, se va a celebrar en Valencia el XXVII “encuentro nacional ordo virginum”, con el título general de “la atracción de la virginidad consagrada”. Este carisma pudiera ser un modo actual de estar en el mundo sin ser del mundo, de ser fermentos en la masa, semillas silenciosas que fecundan una sociedad cada vez más secularizada.


Dirigiéndose a un grupo de vírgenes consagradas, Benedicto XVI calificó su carisma de “tan luminoso y fecundo a los ojos de la fe, cuanto oscuro e inútil a los del mundo”. La contraposición entre la luz y la oscuridad se encuentra al inicio del cuarto evangelio: vino la luz al mundo, la luz que era vida, pero las tinieblas no la recibieron (Jn 1,4-5). Esta paradoja de una luz, que es vida, y de unas tinieblas incapaces de acogerla, se encuentra en otros lugares de este mismo Evangelio (Jn 3,19-20; 8,12; 9,39-40).


Estos textos pueden ayudar a comprender por qué el carisma de la virginidad consagrada es luminoso y fecundo a los ojos de la fe pero oscuro e inútil a los ojos del mundo. Lo que hay detrás de esta contraposición es el reflejo de una sociedad en la que Dios está ausente, de un tiempo en el que el olvido de Dios se hace habitual. Dios, que es luminoso y fecundo, resulta para muchas personas y ambientes de este mundo, oscuro e inútil. Por este motivo esta sociedad necesita más que nunca chispas que enciendan en el mundo la búsqueda del Dios escondido, varones y mujeres consagradas que sepan encontrar a Dios por las calles y plazas, y señalarlo con su vida y su palabra, para que, al menos algunos, se pregunten si esta aparente ausencia y silencio de Dios no es más que la otra cara de su respeto y su gran amor al ser humano.


Por no ser muy visible, quizás sea mejor calificar a la virginidad consagrada, no como foco de luz, sino como foco de calor. Porque sin luz es posible vivir, pero sin calor aparece el frío y el frío mata. Este mundo nuestro necesita focos de calor, sobre todo de calor espiritual, y la virginidad consagrada es uno de ellos. Decía Unamuno: “Luz, luz, más luz todavía, dicen que dijo Goethe moribundo. No, calor, calor, más calor todavía, que nos morimos de frío, no de oscuridad. La noche no mata, mata el frío”.

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