Virus tóxico y otros venenos

Vamos todos en la misma barca en medio de una tempestad. Y, aunque parezca dormido, en esta barca está Cristo.

Están circulando estos días, en boca de personajes políticos y en otras bocas, algunos asertos y malas recetas. Calificar el virus de “gripecita” como ha hecho el presidente del Brasil es una irresponsabilidad, indigna de alguien que debe actuar con mucha responsabilidad. ¿Y qué pensar de esos dirigentes estadounidenses que supeditan la salud y la vida de los abuelos a la economía? Los políticos, a veces, piensan con poca perspectiva, incluidos algunos de los nuestros que, estando bien informados de la gravedad del virus, tomaron las decisiones un poco tarde por intereses políticos más que sanitarios.

Hay opiniones sobre el virus que sería mejor evitar. A veces son exageraciones, otras veces son bulos, en todo caso noticias no confirmadas. No hace falta exagerar nada, porque la realidad es por sí misma bastante seria. Necesitamos la verdad, sí, y también necesitamos algún rayo de esperanza. Exagerar las cosas o difundir mentiras es muy grave. Una de las mentiras difundidas (a través de WhatsApp) es la de una persona, con voz compungida, que pedía que le enviasen (a una dirección de correo electrónico) cartas de solidaridad para ancianos enfermos. Se trataba de un hacker que pretendía hacerse con nuestros correos. Para ser justos hay que decir que otras personas (sanitarios desde hospitales) de buena fe, y sin engaño, están pidiendo cartas para enfermos por correo electrónico.

Tampoco es de recibo atribuir la pandemia a la voluntad castigadora de Dios por nuestros muchos pecados, aunque a los difusores de esta tesis parece que sólo le interesan los pecados que tienen que ver con la sexualidad o el aborto. Pecados y males de todo tipo han existido desde el comienzo de la historia, aunque ahora tengan características propias. Hablando de males y de malos, los malos son esos jóvenes desalmados que en La Línea han apedreado una furgoneta con ancianos enfermos.

El Dios cristiano es el Dios de la esperanza, que ama a todos por igual. A todos por igual. Con todo su infinito amor. Sin duda, no es fácil mantener la esperanza en circunstancias difíciles. A los cristianos se nos exhorta a “esperar contra toda esperanza” (Rm 4,18). Como bien ha dicho el Papa, vamos todos en la misma barca en medio de una tempestad. Y, aunque parezca dormido, en esta barca está Cristo. Unidos a él, es necesario que nos apoyemos mutuamente.

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