Yo no creo en el bien, yo creo en la bondad

A nadie le pasará inadvertido todo lo malo que ha acontecido en la historia en nombre de buenas opiniones y de sanas intenciones.

El bien puede ser engañoso, pero la bondad nunca muere. Los que sostienen a las instituciones no son los que dicen buscar el bien, sino los buenos.

Vasili Grossman, buen conocedor de la Alemania hitleriana y de la Rusia estalinista, pone en boca de un personaje de una de sus novelas unas palabras que hacen pensar: “yo no creo en el bien, yo creo en la bondad”. El personaje de la novela constata que el objetivo de la colectivización agraria en la Unión Soviética, que generó sangre y desagracia, era el bien. Y añade este ejemplo bíblico: “Herodes no hacía verter la sangre en nombre del mal; lo hacía por su propio bien. Había nacido una nueva potencia que le amenazaba: a su familia, a sus amigos y a sus favoritos; a su reino, a su ejército”. Lo mismo cabe decir de Poncio Pilato, Anás o Caifás: condenaron a Jesús buscando el bien, como queda reflejado en las palabras que pronunció el Sumo Sacerdote: “conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación” (Jn 11,50). Hay ejemplos más actuales. Todos recordamos lo ocurrido en la tarde del seis de enero en Washington: un grupo de personas asaltó el Capitolio buscando un determinado bien: el de su jefe, que no quería dejar el poder.

Sin embargo, cito a la novela de Vasili Grossman, “existe, al lado de ese gran bien tan terrible, la bondad humana en la vida de todos los días. Es la vida de una anciana que, en el borde del camino, le da un trozo de pan a un presidiario que pasa, es la bondad de un soldado que tiende su cantimplora a un enemigo herido, la bondad de la juventud que tiene piedad de la vejez, la bondad de un campesino que oculta en su granero a un anciano judío; es la bondad de esos guardianes de prisión que arriesgan su propia libertad transmitiendo cartas de detenidos dirigidas a sus esposas y a sus madres. Esta bondad privada de un individuo para con otro individuo es una bondad sin testigos, una pequeña bondad sin ideología. Se podría calificar de bondad sin pensamiento. La bondad de los hombres al margen del bien religioso o social” (tomado de Emmanuel Levinas, En la hora de las naciones, Salamanca, 2019, 121-122).

Nadie busca el mal, todos buscamos lo que consideramos nuestro bien. El de los demás es otra cosa. Es doctrina de Santo Tomás que el pecador no busca el mal sino el bien, un bien equivocado o aparente, que él considera bueno o placentero, pero que puede ser un gran daño para los demás. Así, pues, ¡cuidado cuando decimos que buscamos el bien, porque la apelación al bien podría ser la justificación del mal! Cito a Joseph Ratzinger (Fe, verdad y tolerancia, Sígueme, 205, 178): “a nadie le pasará inadvertido todo lo malo que ha acontecido en la historia en el nombre de buenas opiniones y de sanas intenciones”.

El bien puede ser engañoso, pero la bondad nunca muere. Los que sostienen a las instituciones, también a las religiosas y eclesiales, no son los que dicen buscar el bien, sino los buenos.

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