Todo deseo es un deseo de Dios

¿Por qué el proceso de la evolución, que ha generado organismos conformados y adaptados a sus respectivos entornos, no ha conseguido garantizar un ajuste parecido en el caso del homo sapiens?

El ser humano es un ser finito con capacidades infinitas. De ahí la insaciabilidad de su corazón. Se diría que el ser humano pretende tenerlo todo. La ambición humana es tan desmesurada que, aunque no lo sepa, ambiciona a Dios. Esta es la paradoja, la grandeza y la miseria del sujeto humano (todo junto): es un ser pequeño y limitado, pero insaciable, de modo que por mucho que se le dé y por mucho que consiga nunca acaba de llenarse.

Es posible interpretar de muchas maneras esta insatisfacción permanente del ser humano, esta inquietud nunca calmada, este deseo constante de ser más. Desde posiciones ateas no queda más remedio que aceptar que “el hombre es una pasión inútil” (como decía Jean Paul Sartre) porque, en definitiva, nunca logra saciar del todo sus apasionados anhelos. Para la fe cristiana esta pasión insaciable que anida en el sujeto humano, lejos de ser inútil, encuentra en Cristo su mejor iluminación. El vacío insaciable de cada persona es un reflejo de su capacidad de Dios; en Cristo se revela que esta capacidad puede ser satisfecha. El ser humano encuentra en Dios su plenitud. Dios responde a los mejores deseos de su corazón.

¿Por qué el proceso de la evolución, que ha generado organismos conformados y adaptados a sus respectivos entornos, no ha conseguido garantizar un ajuste parecido en el caso del homo sapiens? El homo sapiens está triste, no se conforma con lo que tiene, es un ser esencialmente inadaptado. ¿Cuál es el entorno propio del florecimiento de lo humano? Si nada de lo que el mundo ofrece nos satisface, ¿hay algún mundo que pueda satisfacernos? ¿Cuál es el verdadero entorno de lo humano? ¿Hay alguna realidad con la que el ser humano se sienta en armonía? ¿Cómo no recordar ahora las famosas palabras con las que san Agustín se dirigía a su Creador: “Nos has hecho Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”?

Todo deseo es un deseo de Dios. Pues en la medida en que buscamos lo mejor para nosotros, en esta misma medida, seamos o no conscientes de ello, estamos buscando a Dios. Dicho con palabras de Tomás de Aquino: “todos, en cuanto apetecen sus propias perfecciones, apetecen al mismo Dios”. En ningún terreno el ser humano se conforma con metas parciales e incompletas: “el hombre no es perfectamente bienaventurado mientras le queda algo que desear y buscar”, vuelve a decir Tomás de Aquino. Planteado así resulta claro que el ser humano es un deseo de Dios, el que “sacia de bienes tus anhelos” (Sal 103,5).

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