Ser ejemplar por añadidura

Nuestras instituciones religiosas en particular y nuestra Iglesia en general, se mantienen vivas, siguen adelante gracias al trabajo sacrificado de los buenos.

Todo creyente está llamado a dar buen ejemplo. Pero sólo puede dar buen ejemplo si previamente ha sido seducido por otro ejemplo que está más allá de él, de modo que su buen ejemplo es el reflejo de una bondad que le supera. San Pablo, supongo que con mucha humildad y mucho temblor, se presentaba como modelo para ser imitado, pero en realidad invitaba a imitar al modelo supremo a quién él imitaba: “sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo” (1 Cor 11,1). Al imitar a Cristo, el creyente imita a Dios, pues Cristo es el modelo humano, la mejor realización humana de lo que Dios es y de lo que Dios quiere: “sed imitadores de Dios” (Ef 5,1), dice Pablo, y para que no vayamos a las nubes irreales de nuestra imaginación, nos hace descender a lo concreto de la tierra y aclara enseguida donde se realiza la imitación de Dios: en vivir en el amor como Cristo nos amó.

La vida cristiana no consiste en dar ejemplo, en salir en la foto, sino en seguir el ejemplo de Cristo. Si seguimos a Cristo, seguramente no saldremos en la foto, pero daremos buen ejemplo, provocaremos preguntas, llamaremos la atención. No una atención notoria, llamativa, sino una atención cercana y callada. El ejemplo del cristiano es capilar, de persona a persona. Desde este punto de vista, el cristiano no tiene “vida privada”. Más aún, es posible que sus buenos ejemplos no todos los interpreten como suscitados por el Espíritu Santo. La explicación viene más tarde, lo importante es que vean la “buena obra”.

Insisto: el cristiano lo que pretende es imitar a Cristo, vivir evangélicamente. Si esta vida llama la atención y suscita preguntas, la atención y las preguntas vienen por añadidura, como un segundo momento, como una consecuencia de lo verdaderamente importante. Viviendo de esta forma los cristianos son (por decirlo con palabras de un autor del siglo II) “el alma del mundo”. En este mundo donde abunda el mal, abunda todavía más el bien. La diferencia es que el mal se nota y el bien no se nota. Pero, aunque no se note, el mundo se mantiene y sigue adelante gracias al bien silencioso de los buenos. Si no hubiera más bien que mal, este mundo sería una selva en la que no se podría vivir, en la que nos devoraríamos unos a otros.

Dígase lo mismo de la Iglesia y de nuestras instituciones religiosas. En ellas hay imperfección, porque están formadas por humanos; desgraciadamente, a veces, hay mal, y se nota. Por suerte, con imperfecciones y todo, hay más bien que mal. Y, a veces, no se nota tanto. Nuestras instituciones religiosas en particular y nuestra Iglesia en general, se mantienen vivas, siguen adelante gracias al trabajo sacrificado de los buenos. De esos que son verdaderos ejemplares, aunque su actuación no tenga como primera pretensión dar lecciones a nadie. Las lecciones vienen por añadidura.

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