La esperanza da alas a la paciencia

La paciencia no es resignación ni una actitud pasiva. Es una actitud muy activa, un modo de luchar por la vida. Por eso se dice que “el que resiste, gana”. Paciencia es ser fuerte, mantenerse firme, hacer algo con tesón a pesar de las contrariedades.

La prisa y la impaciencia con la que viven muchos de nuestros contemporáneos contagia, a veces, a los propios creyentes, que se rebelan ante el mal y se muestran impacientes cuando el bien no aparece. La carta a los Hebreos notaba que la auténtica amenaza de la fe es la impaciencia, la pérdida de la esperanza: nosotros, decía a sus destinatarios el autor de la carta, no somos de los que se echan atrás, “no somos cobardes para perdición, sino creyentes para salvación del alma” (10,39). No esperar con paciencia es la tentación de aquellos que desearían ver ya realizado el reino de Dios, la tentación de los que quieren anticiparse a la paciencia de Dios y realizar la justicia de Dios a su manera. Son personas que se creen llenas de celo, pero apremian en lugar de orar, y juzgan en lugar de apelar a la misericordia.

Importa dejar claro que la paciencia ni es resignación ni es una actitud pasiva. Es una actitud muy activa. Es un modo de luchar por la vida. Por eso se dice, a veces, que “el que resiste, gana”. Paciencia es ser fuerte, mantenerse firme, hacer algo con tesón a pesar de las contrariedades. Paciente es el sabio que controla su ira y así actúa con lucidez. En esta línea, en Rm 9,22 se dice que Dios “soportó con gran paciencia” a los hombres que se han hecho merecedores de su ira, no precisamente para castigarlos, sino para manifestar su poder y su misericordia a sus elegidos (puede verse también 1 Pe 3,20). En la medida en que Dios, en lugar de castigar a los hombres, contiene su ira, nos brinda la ocasión de vivir y nos da nuevas oportunidades de convertirnos. Quien gobierna con paciencia consigue mucho más que quien manda con ira. Este último solo destila veneno, deja heridos por el camino y no construye nada.

Una cosa más: en nuestra época debemos exhortar a la paciencia a aquellos que están cansados y han perdido la esperanza. Para ellos la llamada a la paciencia debe ser una llamada a despertar, una llamada que les llene de buen ánimo y les mueva a continuar luchando a pesar de las dificultades y de la oscuridad del momento presente. Vale la pena esperar a pesar de las decepciones. Ser paciente es estar convencido de que el mal no tiene futuro o, dicho en plan refranero popular, no hay mal que cien años dure. El refrán trata de consolar a quien padece una desgracia, con la esperanza de que no sea duradera.

No hay paciencia sin esperanza. El cristiano sabe que la buena, la auténtica esperanza, es la fundada en las promesas de Dios. Esas promesas se refieren fundamentalmente a la vida eterna, pero es posible vivir ya la experiencia del amor de Dios en este mundo. Y así la esperanza nos arranca del encasillamiento en nosotros mismos, dando alas a la paciencia.

Volver arriba