La fe en lucha con la propia cultura

La fe cristiana, aunque sea lo que mejor se corresponde con los deseos más profundos del corazón humano, siempre nos descentra, nos saca de nosotros mismos.

La salida de lo propio, que comienza con la migración de Abraham (según veíamos en un post anterior) tiene su continuación en la Biblia. Al respecto, Joseph Ratzinger ha hecho notar algo sumamente interesante, a saber: que la Biblia no es simplemente expresión de la cultura del pueblo de Israel, sino que se encuentra en lucha con esa cultura, con las propias ideas y deseos con los que el pueblo de Israel pretende afirmarse a sí mismo. De modo que la fe en Dios y la llamada a cumplir su voluntad chocan con las pretensiones de Israel.

Dice literalmente J. Ratzinger: “Esta fe (en Dios) se opone constantemente a la propia religiosidad de Israel y a su propia cultura religiosa, que quería expresarse en el culto en los lugares sagrados, en el culto a la diosa del cielo, en la pretensión de poder de la propia monarquía. Comenzando por la cólera de Dios y de Moisés por el culto al becerro de oro en el Sinaí y llegando a los profetas tardíos de después del destierro, se trata siempre de arrancar a Israel de su propia identidad cultural y de sus propios deseos religiosos, para que abandone el culto de la propia nacionalidad, el culto de ‘la sangre y de la tierra’, a fin de que se postre ante el Dios totalmente Otro, ante el Dios que no es propiedad suya, ante el Dios que creo el cielo y la tierra y que es el Dios de todos los pueblos”.

La fe cristiana, aunque sea lo que mejor se corresponde con los deseos más profundos del corazón humano, aunque sea lo más humanizador, siempre nos descentra, nos saca de nosotros mismos. Pero precisamente en este salir de nosotros está nuestra salvación, porque sólo hay salvación en el amor. Y el amor es encuentro. Y el encuentro supone una adaptación, un integrar la propia identidad en la identidad del que me acoge. Saliendo de nosotros mismos es como mejor nos poseemos, pues la individualidad es limitada. El que sale no sólo puede dar, también puede recibir. La fe en Jesucristo es una constante apertura, una salida del ser humano al encuentro con Dios.

Una aplicación a la relación de la fe con la cultura: la fe cristiana no se identifica con ninguna cultura, por eso puede asumir todas las culturas. Pero, al mismo tiempo que las asume, también las corrige, las purifica, las eleva con su suprema inspiración.

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