La oración, como el sábado, en función de la persona

El criterio de la buena oración no el tiempo que dura, sino el que suscite devoción y ayude a cumplir en la vida la voluntad de Dios.

Para la oración vale eso de que el sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado. La oración ha sido hecha para nosotros, para hacernos bien, para que nos sintamos a gusto y cómodos. De modo que, el criterio de la buena oración no el tiempo que dura, sino el que suscite devoción y ayude a cumplir en la vida la voluntad de Dios.

Tomás de Aquino, ante la pregunta de si debe ser larga la oración, ofrece un criterio similar al que acabo de indicar: la oración, dice, debe durar “tanto cuanto haga falta para excitar el deseo interior”. Es erróneo, por tanto, pensar que una oración es más meritoria si dura más. De hecho, pudiera ocurrir, como constata Tomás de Aquino, que prolongar excesivamente la oración, produzca hastío o aburrimiento. Cuando esto ocurre dice de forma tajante el santo doctor: “no se la debe alargar más”. Y esto vale tanto para la oración privada, como para las oraciones públicas o litúrgicas. Por ejemplo, unas moniciones interminables o una homilía larga resultan pesadas y llegan a exasperar.

Hay otra pregunta muy actual que Santo Tomás se plantea, y es la de si las distracciones durante la oración empañan el mérito de la misma. Yo mismo me he encontrado con personas buenas y piadosas que me han planteado esta pregunta, e incluso se han acusado de distracciones durante la oración, dando por supuesto que tales distracciones son pecado (venial naturalmente). El santo de Aquino, con mucha sabiduría humana, reconoce que “el espíritu humano, por su natural flaqueza, no puede permanecer largo tiempo en las alturas”. Y añade con sabiduría teológica, que no es necesario que, en la oración, “la atención se mantenga de principio a fin”, puesto que “la virtualidad de la intención inicial con que alguien se acerca a orar, hace meritoria la oración entera”.

Lo que cuenta en la oración es la buena intención del orante. Si la oración es un coloquio de amor, es lógico que en ella, como en todo coloquio, haya altibajos, momentos más vivos y otros más apagados. Lo importante es otra cosa: sencillamente estar. Estar, aunque sea en silencio, sin nada que decir. Estar y dejarse inspirar por el amado.

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