La soledad absoluta, ¿imposible e inmoral?

El cristiano siempre está abierto al prójimo, y no digamos al prójimo necesitado. Estamos hechos para los demás

A propósito de uno de estos artículos que entrego con regularidad, y en el que afirmaba que “la soledad absoluta, además de imposible, es inmoral”, un amable lector me escribió un tanto sorprendido y hasta un poco molesto, diciéndome que era muy importante que aclarase esta afirmación, dado que, en la Iglesia, hay personas, como por ejemplo los eremitas, que viven una vocación de silencio y soledad. Y, por tanto, esas personas pueden sentirse descalificadas con mi afirmación.

A veces, hay frases que llaman la atención a alguna persona, por la situación vital en la que se encuentra. La sorpresa que provoca la frase puede impedir leerla debidamente contextualizada. La soledad absoluta de la que yo hablaba era la del egoísta que todo lo centra en sí mismo, olvidándose de los demás y considerando que todo lo que no está en función de su “yo”, no tiene la menor importancia. En el artículo que provocó la reacción del lector, afirmaba que las personas estamos hechas para la comunión y que, en la comunión con Dios y los hermanos se encuentra nuestra mejor realización personal. Pero hay muchas maneras de vivir esa comunión con Dios y los hermanos. En la oración y la soledad, un cristiano puede vivir la comunión de los santos. Porque si no la vive, no es un buen cristiano. Por tanto, por mucha vocación cristiana a la soledad que tenga uno, nunca puede dejar de vivir este artículo del Credo, la comunión de los santos, que no se refiere sólo al más allá, sino también al más acá.

Pero hay más. Pues por muy solitaria y aislada que sea la vida de una persona, no puede prescindir del todo de los demás. Por ejemplo, la electricidad que hay en una ermita es posible porque hay personas que se ocupan de que ese servicio funcione. Si el eremita no tiene electricidad, necesitará cirios, que seguramente habrá confeccionado otra persona. Y el pan, o la harina para elaborarlo, que alguna vez el solitario debe buscar, también es posible gracias a que alguien se ocupa de venderla o distribuirla. Siempre dependemos, de un modo u otro, de los demás. En este sentido, la soledad absoluta es imposible. Y si esta soledad encierra a uno en sí mismo, de modo que no es capaz de abrir su puerta cuando alguien llama pidiendo socorro, en nombre de su dedicación a la oración o la contemplación, entonces es una soledad inmoral. Porque el cristiano siempre está abierto al prójimo y no digamos al prójimo necesitado. Estamos hechos para los demás.

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