Las vacunas llegan despacio

Para que las vacunas lleguen a todos los lugares del mundo se necesitan genéricos. Pues muy bien, ¡genéricos para todos!

Las vacunas contra el covid-19 van llegando. Más despacio de lo que se pensaba y de lo deseable, pero llegan. Posible motivo del retraso: me dicen que las farmacéuticas han vendido y cobrado (eso es lo que de verdad les interesa) más vacunas de las que pueden suministrar en los plazos acordados. Conozco a personas ya vacunadas. Están contentas. A mi, más que del pasado, me gustaría hablar del futuro. He tenido ocasión de hablar dos veces con el ambulatorio donde me corresponderá vacunarme, y cuando pregunto la fecha aproximada de la posible llamada, me responden: no se sabe, depende de muchas cosas. El escenario de suministro es muy inestable. Se habla de pasado, se habla de presente, pero cuando se trata de futuro todo se queda en vagas promesas, sin precisión alguna.

Sigue habiendo personas que no consideran del todo efectivas las vacunas. Algo de eficacia sí deben tener. En todo caso, es lo único que, por ahora, tenemos. Debemos aprovechar los medios que la ciencia nos ofrece para cuidar la vida. Ahora bien, una cosa es dudar del grado de eficacia de las vacunas y otra ser un negacionista. Conozco alguno que utiliza argumentos bastante peregrinos, llegando hasta negar el hecho mismo de la existencia del virus. Eso es negar la evidencia, sobre todo cuando uno conoce personas que están infectadas, que han estado en el hospital o incluso que han fallecido a causa de la epidemia. Lo más triste es aprovechar el púlpito para proclamar tesis negacionistas. La homilía nunca puede ser ocasión para exponer opiniones personales que, para colmo, no están contrastadas ni avaladas por los que más entienden del asunto que se expone.

El Concilio Vaticano II recomendaba a los eclesiásticos que, en asuntos no teológicos, se dejaran guiar por el criterio de los expertos. Recuerdo estos textos, que siguen siendo de actualidad: “el progreso científico permite conocer más a fondo la naturaleza humana, abre nuevos caminos para la verdad y aprovecha también a la Iglesia”. Por eso, “la Iglesia necesita la ayuda de quienes, sean o no creyentes, conocen a fondo las diversas disciplinas” científicas (Gaudium et Spes, 44). Pues quien “se esfuerza por penetrar en los secretos de la realidad, está llevado, aún sin saberlo, por la mano de Dios” (Gadium et Spes, 36).

No sólo pensando en el bien de los alejados, sino en nuestro propio bien, conviene crear un ambiente adecuado para que nuestros políticos piensen más allá de las fronteras nacionales y busquen el modo de que las vacunas lleguen a todos los lugares del mundo. Me dice alguien que conoce el paño: para eso se necesitan genéricos. Pues muy bien, ¡genéricos para todos!

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