Navidad: en la humildad del Niño Dios se ensancha el espíritu que da vida, libre de la vanidad y la superficialidad
La grandeza de Dios se revela desde lo pequeño, contrario a la forma humana de entender la grandeza.
El ser humano es ruidoso, quiere ser visto, aplaudido, reconocido en la forma de entender la grandeza, sin alertarse del gran vacío que trae la vanidad.
Por el contrario, la sencillez y la humildad llenan siempre el alma, le dan un fuerte sustento que le hace caminar con más libertad, dignidad y propiedad por la vida, trascendiendo, lejos de las envidias que retrasan y destruyen el progreso del camino.
Las envidias siempre destruyen, detienen el progreso del camino en los proyectos de vida y la envidia nunca puede contra la sencillez y la humildad.
Dios nos muestra su grandeza desde los pequeños, como María, José ( el carpintero), los pastores que son los primeros que van a adorar al Niño Dios.
La Navidad nos invita a contagiarnos del espíritu divino que se nos comunica abriéndole las puertas desde la sencillez y la humildad, dejándonos sorprender por el Don.
Los patriarcas, los reyes, los profetas, los ángeles… hablaron del Mesías que nace en el camino mientras los padres cumplen con una responsabilidad civil de empadronarse.
Y este Mesías anunciado nace de forma sencilla en lo ordinario e irá revelando su grandeza en lo ordinario de su propia vida, primero en Nazareth con sus padres y hermanos y luego en su vida pública en Galilea, Judea, por la orilla del río Jordán…
Nuestra fe esta invitada a hacer ese camino en la sencillez de lo ordinario, sin dejar de hacer y vivir día a día lo que debemos vivir. Esta clave de vida nos la enseña el mismo Jesús que nace en Belén en la vida ordinaria, llena de Fe, con sus padres.
La alegría, el gozo y la paz que este Niño Dios nos trae y hace palpitar nuestro interior es una experiencia verdadera en el espíritu vivo que nos comunica.
La sencillez y humildad nos libran de los agobios propios de las vanidades de querer mostrar muchas veces lo que no es nuestra esencia de vida, arrebatados por la presunción, la soberbia y el orgullo.
La felicidad nítida y transparente de los sencillos se nos revela en el relato del evangelista Lucas, donde unos sencillos pastores, haciendo lo ordinario de su trabajo, son sorprendidos por el Don divino y van a contemplar lo que se les ha revelado por el Ángel que les ha comunicado la buena nueva y con el coro celestial que canta la gloria de Dios.
En nuestras historias de vida tenemos tesoros de experiencia sencillas que nos hacen ver con más claridad las grandezas experimentadas, ruta que nos lleva a alabar, bendecir y a dar gracias a Dios por todo en lo que hemos sido bendecidos, como ya los hacen María y Jesús:
“Yo te alabo Padre, Señor de los cielos y de la tierra porque ocultaste estas cosas a sabios e inteligentes y las has revelado a los sencillos” (Mt 11,25)
“proclama mi alma la grandeza del Señor porque ha mirado la humildad de su esclava”
La revelación y manifestación divina se comunica en esta pedagogía de la sencillez.
Muchas veces los sabios, inteligentes y poderosos creen que tienen el derecho de saber y manipular el conocimiento y a los que gobiernan y no permiten a los sencillos enriquecer con su presencia lo que pueden enriquecer.
En la sencillez del Niño de Dios nos toca reconocerle y adorarle en donde él se hace presente, en un entorno tierno libre de vanidades.
Que las vanidades de nuestro mundo no nos arrebaten la belleza del espíritu de alegría y gozo que nos trae este bello Niño Jesús. Que seamos capaces de mirar con ternura a los ojos de cada hermana y hermano que nos encontramos en nuestro camino y que no perdamos la dulzura, la transparencia y los gestos de amor.
¡Feliz Navidad!