"Tras el paso al frente del papa emérito, parece obvio que la reacción de Francisco sea ahora lo importante" ¡Vaya gente lleva mi carro!

¡Vaya culebrón!
¡Vaya culebrón!

¡Vaya culebrón! ¡Vaya escándalo! ¡Vaya lío! ¡Un auténtico drama! ¡Todo, absolutamente todo, patas arriba!

Al valorar semejante embrollo, el lenguaje me parece fundamental a fin de no añadir más confusión. Trataré de no contribuir a ella

El Papa emérito ha roto el silencio comprometido tras su renuncia. Se ha mojado, a mi entender, con dosis altas de imprudencia y de riesgo: no valorar debidamente las consecuencias de su actuación

El papel desempeñado por Mons Gänswein es manifiestamente mejorable. No ha sabido proteger al papa emérito. No tiene excusa posible. Una muy grave, presuntamente, dejación de funciones

No hace falta cargar las tintas respecto de la actuación del cardenal Sarah. Es libre de pensar lo que estime oportuno sobre el celibato o la Iglesia. Lo que no tiene sentido es que forme parte del gobierno de Francisco

No dudo que muchos en la Iglesia se han podido sentir muy sorprendidos. No es para menos. ¡Vaya culebrón! ¡Vaya escándalo! ¡Vaya lío! ¡Un auténtico drama! ¡Todo, absolutamente todo, patas arriba! Las cosas, dentro del respeto a la libertad de cada cual (por cierto, no protegida en la Iglesia), han ido demasiado lejos. Se ha hecho ostentación de todo lo imaginable menos de coherencia, de rectitud, de sentido común, de saber estar a la altura de la función. ¡Un verdadero contra testimonio!

Así las cosas, parece obvio que la reacción de Francisco sea ahora lo importante. Nadie, al margen de la opinión que se haya formado sobre lo acontecido, debe dudar que es el único y verdadero sucesor de Pedro y cabeza del Colegio apostólico. ¡Tú eres Pedro! Ahora la pelota está en su tejado.

Por mucho esfuerzo que se haga para tratar de componer y encajar las circunstancias y situaciones (ya se ha intentado) que se daban cita, por mucho que se busque aminorar sus efectos negativos en la opinión pública mundial y en la propia Iglesia, por mucho que se diga que “el episodio se asemeja a una mina sin carga” (Navarro-Valls), la realidad es otra y muy diferente. El episodio de marras ha funcionado, precisamente, como una mina altamente explosiva y sus efectos incendiarios han prendido hasta en el último rincón de la Iglesia. ¿Era esto lo que se buscaba?

Al valorar semejante embrollo, el lenguaje me parece fundamental a fin de no añadir más confusión. Trataré de no contribuir a ella. Los protagonistas del enredo en cuestión (el papa emérito, el cardenal Robert Sarah, actual Prefecto de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, y el arzobispo Georg Gänswein, actual secretario personal del papa emérito y actual Prefecto de la Casa Pontificia) no pueden alegar nada que les exonere de su responsabilidad.

Todos ellos conocían la situación de enfrentamiento existente en el interior de la Iglesia. Todos ellos estaban al corriente de las resistencias diarias a las reformas y orientaciones del papa Francisco. Todos ellos estaban al tanto de las conclusiones del Sínodo de la Amazonía y de la inminente publicación de la consiguiente Exhortación apostólica en la que se impulsaría la disciplina de los ‘viri probati’ (sacerdotes casados). Todos ellos sabían, por tanto, a que jugaban. Ninguno de ellos podía ignorar la trascendencia del juego que se traían entre manos y que, de un modo u otro, el resultado de su imprudente y temerario proceder afectaría gravemente a la figura y función primacial de Francisco. Era, sin duda alguna, la función de Pedro la que estaban poniendo en entredicho.

Una vez que lo ocurrido se ha instalado en el terrado, hay que pensar en el futuro. Desde esta perspectiva, si se quiere, como parece indispensable, que cualquier decisión de Francisco (magisterial y/o disciplinaria) no sea cuestionada ni convertida en objeto de división y/o discusión, es absolutamente necesaria una respuesta, que ha de ser muy cuidadosa en las formas pero, al mismo tiempo, muy firme en la exigencia de las responsabilidades oportunas. Lo ocurrido ha sido de tal gravedad que el silencio y/o la marcha atrás serían un error mayúsculo pues se interpretarán –que nadie lo dude- como debilidad. Por tanto, sólo cabe una respuesta, por muy dolorosa que sea. Respuesta que no debería andarse por las ramas o templando gaitas. ¡Que cada palo aguante su vela!

El Papa emérito –con todos los matices que se quieran- ha roto el silencio comprometido tras su renuncia. Ya lo había hecho, por cierto, en otros momentos anteriores (por ejemplo, con la explicación difundida respecto a la causa de los ‘abusos sexuales del clero’), además de propiciar rumores varios de estar detrás de ciertas resistencias. Ahora ha dado un paso al frente. Se ha mojado, a mi entender, con dosis altas de imprudencia y de riesgo: no valorar debidamente las consecuencias de su actuación. Ha publicitado de hecho una posición diferente a la de Francisco en un tema de trascendencia y la ha realizado ‘en colaboración’ con uno de los líderes máximos de la resistencia al propio Francisco.

Aunque respeto (¡no faltaba más!) su libertad de conciencia (la que, en su pontificado, Él no se distinguió por respetar en los demás), lo evidente es que da igual el grado concreto de participación. Se intentará difuminar los contornos reales de tan increíble comportamiento a fin de que todo encaje de alguna forma. El mal, sin embargo, ya está hecho. Hay que dejarse de hipócritas tapujos. El papa emérito ha contribuido, de modo eficaz, a visualizar en la gente dos modos, diametralmente distintos y antagónicos, de concebir y entender la propia Iglesia así como la existencia en Ella de dos papas, que además se llevan muy mal (Vidal). ¡Vaya panorama!

Al final, si no se es coherente, todo se puede volver contra uno mismo, que es quien queda en evidencia. José María Castillo lo ha expresado con acierto: “Por eso resulta incomprensible que quien destituyó a tantos teólogos, por no someterse incondicionalmente al magisterio papal, como fue el caso del cardenal Ratzinger, mientras estuvo en el cargo de Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, ahora sea él mismo quien se opone al papa Francisco, en un asunto que no afecta a la fe de la Iglesia”. ¡Perfecto!

Por otra parte, el papel desempeñado por Mons Gänswein es manifiestamente mejorable. No ha sabido proteger al papa emérito (muy debilitado en su fuerzas, dados sus 92 años de edad) de las intrigas y luchas vaticanas. En concreto, eran evidentes los riesgos que conllevaba la colaboración del papa emérito con el cardenal Sarah, cuya posición conocía perfectamente. No hace falta ser un genio para sospechar una posible utilización. No tiene excusa posible. Una muy grave, presuntamente, dejación de funciones. No puede ser mantenido por más tiempo (ya debiera haber renunciado motu proprio) en sus responsabilidades: ni respecto del papa emérito ni en relación con la Casa pontifica.

No hace falta cargar las tintas respecto de la actuación del cardenal Sarah. Es muy libre de pensar lo que estime oportuno (libertad de conciencia) sobre cómo entender la Iglesia y en relación con el celibato. Pero, si esa es su posición, lo que no tiene sentido alguno es que forme parte del gobierno de Francisco. Ya debiera haber renunciado al mismo. Y, puesto que no lo ha hecho, debe ser apartado del mismo. Buscar el reforzamiento de su posición personal en tema tan importante (y hacerlo en estos momentos), con la figura del papa emérito, parece, presuntamente, buscada a propósito, con toda la intención de sembrar la división y de poner en entredicho la figura del papa Francisco. ¡Todo un absurdo dislate, impropio de un príncipe de la Iglesia!

Como es obvio, lo ocurrido se presta a reflexionar sobre las lecciones varias que emite. Lo dejaremos para otro día. Pero, eso sí, hay que tomar nota de ellas, sobre todo, por el propio papa Francisco. ¡Vaya gente lleva mi carro!

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