El desacreditado dirigismo clerical El adiós a lo seminarios (I)

Obediencia y sumisión
Obediencia y sumisión

"Nunca más aquello de prohibir la inteligencia, el pensar por cuenta propia, pues intuían el riesgo destructor para las ficciones y los mitos en que estaban instalados"

"Nunca más la manipulación de la conciencia (poder) mediante la apelación segura a la voluntad divina. Hay que rechazar aquello que cuenta Jung que le decía su padre: 'No hay que pensar sino creer'"

"Era habitual contemplar cómo el mundo clerical solía ponerse muy nervioso siempre que uno insinuaba querer dirigir su vida, esto es, ser dueño de su destino"

"Corté radicalmente con la manipuladora voluntad divina que se exhibía. Me abracé fuertemente a la libertad de los hijos de Dios y decidí, con mi limitado saber, mi destino futuro. Corrí el riesgo de equivocarme. Es cierto. Pero, decidí yo"

"Por supuesto, hay que rechazar abiertamente la sumisión y la obediencia, obsesivamente reclamadas en el sistema eclesiástico católico"

Mi propósito sólo busca ofrecer unas sencillas reflexiones, aunque críticas, en torno al Seminario que padecí a lo largo de once años de mi vida. Las he puesto, blanco sobre negro, en el trabajo La despedida de una traidor. La búsqueda personal de Dios, de muy próxima aparición. Se trata de una especie de mirada retrospectiva a la formación clerical recibida que, vista en mí personal perspectiva, se demostró como muy deficiente e inapropiada para la función a que iba a ser destinado y que hube de abandonar. Esta primera entrega la he titulado como El desacreditado dirigismo clerical.

Si algo aprendí, en los once años del desaprovechado internado, consistió en consolidar en mí la idea de no aceptar nunca más en mi vida el desacreditado dirigismo clerical. Todo, absolutamente todo, se tramitaba en base a la, muchas veces, caprichosa voluntad del superior. Hasta en las cosas más baladíes. No solía imperar para nada la racionalidad ni el buen sentido común. Diría que estaba prohibida la inteligencia, el pensar por cuenta propia, pues intuían el riesgo destructor para las ficciones y los mitos en que estaban instalados.

Prohibida la inteligencia

"Si algo aprendí, en los once años del desaprovechado internado, consistió en consolidar en mí la idea de no aceptar nunca más en mi vida el desacreditado dirigismo clerical"

Por supuesto, la iniciativa personal estaba totalmente anulada. La más mínima excepción, por lógica que fuese dado el contexto en el que aparecía, exigía el inevitable permiso del superior. Todo estaba reglamentado de antemano en un código no escrito. Era de obligada observancia y, en caso de duda probable, no cabía otra posibilidad que no fuese la sabia y ajustada voluntad del superior. La obediencia y la sumisión eran férreamente exigidas e impuestas. El miedo a la represalia y al castigo imperaba por doquier. Y, por supuesto, estaba en vigor el método educativo según el cual ‘la letra con sangre entra’. Aquello fue, en múltiples aspectos, un auténtico régimen cuartelero.

Como la situación se hacía bastante insoportable e incomprensible y, sobre todo, como era evidente que no servía a los efectos de maduración personal, aparecían, de vez en cuando, las lógicas resistencias. Si se expresaban en público, te podías preparar. Eras convocado al despacho del superior y ahí te caía lo inimaginable. No cabía réplica alguna ni razonamiento posible. Esto se desechaba de antemano. Siempre eras fustigado con dureza, casi seguro que eras castigado de modo efectivo y entrabas a formar parte del club de los rebeldes. Una verdadera pérdida de tiempo y de energías. Se imponía lo racionalmente indefendible, se desacreditaba, a veces en público, a quienes se limitaban a pensar. ¡Vaya manipulación! ¡Vaya coacción y violencia en nombre de Dios!

Ahora recuerdo lo que nos ha legado Jung respecto a sus discusiones con su padre en torno a la voluntad de Dios: “Bah, solía decir, tú quieres pensar siempre. No hay que pensar sino creer”. Semejante axioma se insertaba en el marco de un entendimiento del cristianismo como religión de creencias. Personalmente, ya, entonces, no podía aceptar semejante planteamiento y tampoco veía con buenos ojos la concepción del cristianismo como religión de creencias.

"Faltaba la guinda del pastel: la manipulación de la conciencia (poder) mediante la apelación segura a la voluntad divina"

Lo anteriormente explicitado, con ser muy grave, no lo era todo. Faltaba la guinda del pastel: la manipulación de la conciencia (poder) mediante la apelación segura a la voluntad divina. Como no se creía para nada ni en la libertad individual, ni en la autonomía del sujeto, ni en derecho alguno del inferior, ni en su responsabilidad, surgía, a las claras, la coacción más vergonzosa con la indefectible invocación de la voluntad divina. “Un poder que, con palabras de José María Castillo, llega hasta donde no puede llegar ningún otro poder en este mundo. Porque manda hasta en la intimidad de la conciencia. Y te dicta incluso lo que tienes que pensar y hasta lo que no debes desear”.

¡Vaya instrumentalización! ¡Vaya tragedia! ¡Vaya método formativo! ¡Incomprensible! ¿Qué tenía que ver semejante manipulación con el evangelio? Pero, no fallaba. Siempre estaba, cual espada de Damocles, suspendida sobre tu cabeza.

Como consecuencia de tan arbitrario, irracional, irrespetuoso y manipulador sistema formativo, saltaban, como he dicho, las resistencias, en general, levemente insinuadas. Pues bien, las resistencias al capricho e irracionalidad del superior se convertían en resistencias a la voluntad divina. Ni que tuvieran un teléfono blanco de comunicación con Dios. Actuaban como sus delegados.

En resumen, uno acababa culpabilizándose gravemente, no entendiendo nada de nada, resignándose sin conocer el sentido de tal postración, y, sobre todo, enfadado internamente al comprobar que no pintaba nada a la hora de diseñar su propia conducta y de gestionar su propia vida. Era evidente que uno no era, en absoluto, dueño de su vida y su destino, que se cifraba, por voluntad divina, en someterse como Adán (obedecer) y no en revelarse como Eva. La institucionalización de la manipulación más obscena era el pan de cada día. Todo ello facilitado por la ignorancia, el gran enemigo del ser humano, en que le mantenían a uno.

"A medida que obtuve la sabiduría y la conciencia cierta de su absoluta indignidad, terminé con la situación y opté por luchar a mi modo y solo, a fin de protagonizar mi vida y mi destino"

Al vivir, durante tanto tiempo y en tan variadas circunstancias, en tales condiciones y según tal metodología formativa, uno, que tenía asumido que no debía complicarse demasiado, acababa haciéndolo suyo. El desastre estaba asegurado. La formación humana se resentía gravemente y, si no era excitado en otra dirección formativa y cultural -cosa habitual ante la prohibición de acceso a los medios de comunicación y a la biblioteca-, terminaba por verlo con cierta normalidad. ¡Hasta aquí se llegaba!

Una vez liberado de tal situación, a poco que se reflexionase sobre lo sucedido y sobre el hecho de haberme resignado a tener un protagonismo apenas perceptible, advertí que, como en tantas ocasiones, hacía acto de presencia la eterna contradicción entre principios e intereses.

Era habitual contemplar cómo el mundo clerical solía ponerse muy nervioso siempre que uno insinuaba querer dirigir su vida, esto es, ser dueño de su destino. No se toleraba tal pretensión en un mundo tan doctrinal, tan ideologizado, tan jerarquizado, tan apegado al poder y tan alejado del evangelio. ¿Por qué razón? Desde mi experiencia, creo que la respuesta era bastante sencilla. No se consentía ni se fomentaba tal práctica porque llevaba consigo una pérdida evidente de poder efectivo e, indirectamente, se ponía en circulación un mensaje negativo: la Iglesia era perfectamente prescindible y, hasta cierto punto, innecesaria. Lo cual, como se puede suponer, sería tirar piedras a su propio tejado, sería ir contra sus propios intereses. Pues bien, para evitarlo, no le ha importado echar mano de la misma voluntad divina. ¡Sepulcros blanqueados!

"Me abracé fuertemente a la libertad de los hijos de Dios y decidí…. Ya se puede suponer, en cualquier caso, que rechacé abiertamente la sumisión y la obediencia, obsesivamente reclamadas en el sistema eclesiástico católico"

Tengo que reconocer, no obstante, como comprendí más tarde, que mi resignación ante el panorama que se ofrecía no fue, precisamente, una virtud. Tampoco estaba, en aquel entonces, en condiciones de rebelarme. Como víctima propiciatoria que era, aquel sentimiento al que me acogí me liberó de muchos contratiempos y problemas relacionales. Al menos, durante un cierto tiempo. Sin embargo, no podía durar de modo indefinido. A medida que obtuve la sabiduría y la conciencia cierta de su absoluta indignidad, terminé con la situación y opté por luchar a mi modo y solo, a fin de protagonizar mi vida y mi destino.

He de insistir en que yo creía que la libertad y la autonomía de criterio, así como la inteligencia nos fueron dadas “para cumplir una misión en la vida; y sin libertad nada vale la pena. Es más, creo que la libertad que está a nuestro alcance es mayor de la que nos atrevemos a vivir” (Ernesto Sabato) y tomar. Sin duda alguna. Yo, en aquel entonces, así lo sospechaba. Por ello, ofrecí toda la resistencia que me fue posible al modo de entender y concebir la vida, en el que se me formó, aunque me acarreó bastantes contratiempos. Corté radicalmente con la manipuladora voluntad divina que se exhibía.

Me abracé fuertemente a la libertad de los hijos de Dios y decidí, con mi limitado saber, mi destino futuro. Corrí el riesgo de equivocarme. Es cierto. Pero, decidí yo. No los otros. Acabé muy mal con la Institución que decía identificarse con el Reino de Dios (evangelio) y manipulaba sin escrúpulo alguno al creyente. Desde luego, me tomé las dosis de libertad que me parecieron necesarias al objeto de realizar mi Proyecto de vida.

Ya se puede suponer, en cualquier caso, que rechacé abiertamente la sumisión y la obediencia, obsesivamente reclamadas en el sistema eclesiástico católico. Éste no se presentaba como un sistema que ofreciese alternativa alguna para experimentar por mí mismo lo sagrado o para profundizar en la búsqueda personal de Dios. Sólo pensaba en la sumisión y obediencia a un credo ya fijado, esto es, a sus dogmas y a su doctrina. Las experiencias de vida en libertad, por el contrario, siempre las ha mirado con malos ojos y como amenaza a su poder fáctico. En un proyecto de vida como el que deseaba abrazar en mi vida futura, había que dejar espacio, lo más amplio posible, a la libertad. De lo contrario, corría el riesgo de caer en la rigidez.

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