Un título esperanzado de Julio Puente. Reflexiones críticas para que todos podamos vivir bien 'Ideas para vivir'. La fe cristiana, lo sabemos, no vale nada sin obras

Amar al prójimo
Amar al prójimo

"El cristianismo se expresa en el amor al prójimo, amor que constituye la esencia de ese reino. Así de simple. Eso debería bastar"

"Si esto se entiende bien y se practica nos ahorraríamos no solo la complicada religión que hemos inventado, sino tantos conflictos religiosos, tantos odios y guerras. Pero tenemos un problema: ese único mandamiento es enormemente difícil de cumplir"

"Nada más urgente en tiempos de guerra que conseguir la paz, la convivencia en paz. ¿Pero cómo decir las palabras justas renunciando a la ley del talión sin metanoia, sin conversión?"

"La pandemia y luego la contienda en Ucrania en un contexto de amenaza de guerra nuclear han hecho más difícil aún la vida de las gentes, sobre todo de las más indefensas"

"En esas circunstancias yo pensé que hacer una reflexión sobre la actitud que deberíamos adoptar ante estas amenazas podía ser una pequeña contribución al bienestar de todos"

A veces se oye decir que la religión musulmana tiene una ventaja sobre el cristianismo: es más sencilla. Sus cinco pilares contrastarían con la complicada religión cristiana. Pero eso será así porque hemos entendido mal el cristianismo. Este consiste en creer con fe viva, hecha obras, que Jesús de Nazaret nos revela a Dios y nos revela también al hombre y que consiguientemente esa fe viva en ese Dios, cuyo reino anuncia Jesús, se expresa en el amor al prójimo, amor que constituye la esencia de ese reino. Hay finalmente un único mandamiento, pues el amor a Dios solo puede expresarse amando al prójimo como a nosotros mismos. Así de simple. Eso debería bastar.

Si esto se entiende bien y se practica nos ahorraríamos no solo la complicada religión que hemos inventado, sino tantos conflictos religiosos, tantos odios y guerras. Pero tenemos un problema: ese único mandamiento es enormemente difícil de cumplir. Y además, como el amor al prójimo implica siempre la piedad, la compasión, pues tiene siempre, una vez satisfechas las exigencias del derecho, “un campo infinito para su ejercicio”, como nos dijo Aurelio Arteta (La compasión).

El amor al prójimo y la piedad, que, como dice este autor, se opone a lo peor, a la crueldad, son bienes escasos. Ahí tenemos de nuevo a dos naciones de tradición cristiana en guerra. Y a nosotros metidos en ella. Y es que amarnos los unos a los otros es lo mismo que sacar las consecuencias de aquella advertencia de Jesús: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24). A Dios se le sirve atendiendo a los necesitados y estos son invisibles para el que sirve al afán de lucro y al ansia de poder.

Nada más urgente en tiempos de guerra que conseguir la paz, la convivencia en paz. ¿Pero cómo decir las palabras justas renunciando a la ley del talión sin metanoia, sin conversión? Lo que debe hacer el cristiano, en vez de encargarle a Dios el trabajo de arreglar este mundo, es poner manos a la obra oponiéndose al discurso de la violencia y del odio, porque “Dios no tiene más manos que las nuestras”, como dice Jean Ziegler que afirma G. Bernanos en su librito Escándalo de la verdad. A mí me gusta repetir esa idea, porque a veces tenemos una forma de entender la fe cristiana que nos lleva a apartarnos del mundo y de sus problemas. Y esa no es la forma de confiar en la fuerza del Espíritu.

Dios llama a la fe, pero la respuesta en libertad es nuestra. Efectivamente, si no la frase tal cual, la obra Scandale de la vérité, como toda la obra de Bernanos, sí que defiende esa idea. Cristo es la verdad, pero corresponde al cristiano defender la verdad enteramente, “tout entière” dice Bernanos, sin mentir ni siquiera por omisión. “Vosotros dejáis que el pobre sea expulsado de un mundo que ha sido formado por el Evangelio”, escribe Bernanos en Scandale de la vérité (Gallimard, Paris 1939, p. 71). Y no hay verdad sin caridad.

Bernanos y Piketty
Bernanos y Piketty

En Diario de un cura rural el “curé” de Ambricourt dice que “Dios se ha puesto en nuestras manos”. Sin duda, en las de los clérigos y en las de los laicos, que, aunque “todo sea gracia” deben dejar que esa gracia o fuerza del Espíritu se manifieste en sus vidas aceptando sus responsabilidades ante la historia. No supo hacerlo aquel religioso que afirmaba que la restauración del cristianismo en la España de la guerra civil “no sería posible más que al precio del sacrificio de dos millones de malas cabezas incorregibles” (Scandale de la vérité, p. 68). George Bernanos daba así testimonio de la verdad, en este caso de lo mal que entendían algunos cristianos el Evangelio.

Que creyentes y no creyentes no hemos sabido hacer frente a nuestras responsabilidades ante el otro, especialmente ante el otro necesitado, se aprecia bien si leemos la obra de Piketty Una breve historia de la igualdad (Deusto, Barcelona 2021). Si como dice Piketty, entre 1790 y nuestros días “se observa una evolución hacia una mayor igualdad” no es menos cierto que su libro “expone una historia comparada de las desigualdades entre clases sociales”, como el mismo autor explica. Una breve historia de la igualdad es también una breve historia de la desigualdad. Seguimos dando de lado al pobre.

Para algunos sería la mano de Dios la que, a través de los “renglones torcidos” del egoísmo humano y la ley del mercado, nos guía hacia la reconciliación social, el pacto económico y la paz universal. Nos habla de ello Xabier Pikaza en su valioso libro Teodicea. Itinerarios del hombre a Dios. El profesor Pikaza nos recuerda que, aunque, en la línea de Adam Smith, Kant pensó que la mano de Dios dirige la ley del mercado o ley económica, ese Dios tiene poco que ver con el Dios de Jesús de Nazaret.

El egoísmo económico divide a los hombres y produce innumerables víctimas. El afán de lucro deja a los seres humanos a merced de los amos de este mundo. Es muy probable que los famélicos emigrantes, las familias de los flagelados de los que nos habló Jean Ziegler en Los nuevos amos del mundo y que él vio con espanto bajo el viaducto al oeste del aeropuerto de Río de Janeiro, expulsados de sus tierras por la sequía y la crueldad de los latifundistas, sigan todavía deambulando como pálidos espectros por aquellos parajes sufriendo ahora las consecuencias de las equivocadas e inhumanas políticas de los años del presidente Bolsonaro. ¿A qué Dios rezan los evangélicos que apoyan esas políticas?

Pikaza y Gonzalez Ruiz
Pikaza y Gonzalez Ruiz

En su libro Dios: ¿problema o misterio? el especialista en Ciencias Bíblicas y teólogo en el Vaticano II José María González Ruiz, que falleció en 2005, nos dijo también que el problema al que se enfrenta la teodicea no es el ateísmo, sino la idolatría. Pikaza abunda en este tema en su obra Dios o el dinero hablando del dinero financiero que solo busca su propio aumento, “separado del mundo de la vida”, un capital opaco que con sus transacciones secretas mantiene la idolatría o falsa utopía de que servirá para el bien de todos, cuando de hecho solo sirve para el enriquecimiento de unos pocos. Pero también la lucha contra los opresores se puede transformar en una nueva opresión. El materialismo dialéctico ha sufrido también lo que González Ruiz llama una degradación “religiosa”, especialmente en aquellos periodos de “culto a la personalidad”. Y en una sociedad secularizada la presencia de los dioses disfrazados reviste un peligro mayor.

La agresión de Putin a Ucrania nos ha permitido ver cómo son también las iglesias las que con frecuencia se inclinan ante los ídolos del poder y del dinero. O ante la idea de la nación o del pueblo, olvidando que lo que importa realmente son las personas. ¿Qué idea tienen del cristianismo esos líderes religiosos que apoyan en nombre de Dios la guerra “santa” que hará realidad el ambicioso sueño de la Gran Rusia de Putin y sus seguidores? Sus ideas, tan ajenas al Evangelio, son más bien ídolos a cuyo servicio ponen sus vidas. Es también Bernanos el que nos dice en Escándalo de la verdad que el nacionalismo ha sido inventado para dar una religión, una fe humana a gentes de letras “descristianizadas, o mejor dicho (lo que viene a ser lo mismo) deshumanizadas hasta la raíz del alma”. Lo mismo sucede con los cristianos que defienden las políticas de Trump, de Bolsonaro o de algunos líderes conservadores europeos. Lo acabamos de ver ahora en Italia.

"¿Qué idea tienen del cristianismo esos líderes religiosos que apoyan en nombre de Dios la guerra “santa” que hará realidad el ambicioso sueño de la Gran Rusia de Putin y sus seguidores?"

También en estos países de tradición católica, al igual que en Rusia o en Ucrania, las iglesias están fuertemente influenciadas por los respectivos nacionalismos. En ellas, como en las sociedades colectivistas, con frecuencia se disuelve la conciencia personal. Tal vez un día sean ellas las que queden disueltas, cuando ya nadie sienta nostalgia del rebaño, cuando ya nadie tenga nada de oveja y abandonemos cierto lenguaje bíblico como correspondiente a una cultura que ya no es la nuestra.

De eso habló Ortega y Gasset hace ya muchos años en una reflexión sobre La socialización del hombre. Y con razón, pues una comunidad humana no debe asemejarse a un rebaño. Parece que “El jefe siempre tiene razón” era el primer mandamiento con el que se adoctrinaba a los jóvenes nazis. En muchas comunidades religiosas, aunque el Evangelio aconseja juzgar por nosotros mismos lo que es justo, se exige algo así como una obediencia ciega: lo que ordena el Superior lo ordena Dios. La obediencia así entendida, de forma rígida, eliminando el pensamiento crítico, facilita el dogmatismo que, como dice José Antonio Marina, es uno de los obstáculos que impide el progreso ético. “La divinidad abstracta de “lo colectivo” vuelve a ejercer su tiranía y está ya causando estragos en toda Europa”, escribía Ortega en 1930. Tres años después Hitler era nombrado canciller y en 1934 se convertía en Führer de Alemania. El antisemitismo que promovió desembocó en el Holocausto. Y los crímenes de Stalin terminaron de dibujar el mapa del horror de aquellos años.

Ortega y Gasset
Ortega y Gasset

"La obediencia así entendida, de forma rígida, eliminando el pensamiento crítico, facilita el dogmatismo que, como dice José Antonio Marina, es uno de los obstáculos que impide el progreso ético"

Pero la obediencia a las leyes, al justo ordenamiento jurídico, aunque debe ser siempre crítica, es necesaria para el buen funcionamiento de una sociedad. Por el bien común. Durante estos años de pandemia todos hemos querido ser solidarios con los trabajadores de la sanidad y de los demás sectores del mundo del trabajo, también desde nuestro confinamiento, desde nuestra vida reducida a escasos contactos sociales. La pandemia y luego la contienda en Ucrania en un contexto de amenaza de guerra nuclear – otra página de regresión ética que añadir a Biografía de la inhumanidad, la magnífica obra que ha escrito José Antonio Marina – han hecho más difícil aún la vida de las gentes, sobre todo de las más indefensas.

En esas circunstancias yo pensé que hacer una reflexión sobre la actitud que deberíamos adoptar ante estas amenazas podía ser una pequeña contribución al bienestar de todos. Decidí leer los libros que otros, teniendo que trabajar para mantenernos a todos con vida, no tenían tiempo de leer. Resumiendo y seleccionando esas lecturas podría ofrecer luego una reflexión que pudiera ayudar a algún posible lector a afrontar, desde un punto de vista de fe secular o de fe religiosa, todas esas circunstancias adversas.

No se trata de exponer interpretaciones del mundo, como hacen los filósofos, pues, como dijo Marx, “de lo que se trata es de transformarlo”. Pero para eso también hacen falta ideas, buenas ideas que nazcan no de nuestra conciencia, sino de las circunstancias de la misma vida, del contorno social en el que vivimos. Piketty tiene razón al afirmar que “las ideas y las ideologías cuentan en la historia” (Capital e ideología). Por eso he dado a mi libro el título de Ideas para vivir.

Son reflexiones críticas, como pedía, por cierto, el mismo método dialéctico marxista, tan olvidado por algunos de sus mismos seguidores. Ideas para vivir, no meramente para sobrevivir, un título, pues, esperanzado, con ideas, se entiende, para que todos podamos vivir bien, pues la vida es el don más precioso que tenemos. Y vivir dando un testimonio acertado de nuestra fe cristiana, pues mal podemos dar testimonio del Evangelio si tenemos ideas equivocadas sobre el mismo.

Marina, Pikaza y Puente
Marina, Pikaza y Puente

En estos años de incertidumbre, muerte y sufrimiento hemos tenido la ocasión de dar la razón a Ortega y Gasset que concebía la vida como “inquietud, preocupación e inseguridad”, precediendo en esto a Heidegger, algo que el mismo Ortega señaló. “Vivir es tratar con el mundo, actuar en él, ocuparse de él”, dijo Ortega en La Nación de Buenos Aires en 1925. ¿No es eso lo que todos hemos sentido en estos años de pandemia, de confinamiento, de guerra y de arriesgado vivir?

Si con Kant nos preguntamos “qué debo hacer” sabemos la respuesta que el filósofo de Königsberg nos da: obrar conforme a máximas de aplicación universal, cumplir con nuestro deber, conducirnos con respeto a la ley moral, ejercer con gusto el deber hacia el prójimo, el cual siempre es un fin, nunca un medio. Lo que es nuestro deber se impone por sí mismo, se percibe, sin duda, como una obligación, como una misión que cumplir, una vocación o llamada a la que responder, una tarea que realizar. Bien está, si lo entendemos con humildad, sin ebriedad, sin fanatismo, sin desconexión moral, pues también hay exaltados.

“La vida es quehacer”, “acción”, “la vida es lo que hay que hacer”, decía Ortega en su ensayo dedicado a Goethe. Y es en este mismo ensayo donde Ortega nos dice que tenemos que vivir con ideas, pero que hay que dejar de vivir desde nuestras ideas y aprender a vivir desde nuestro inexorable, irrevocable destino. Este tiene que decidir sobre nuestras ideas y no al revés. No son las ideas, no es la cultura la que hay que colocar sobre la vida y delante de ella. Las ideas y la cultura deben estar tras la vida y bajo ella. “Se trata de no poner la carreta delante de los bueyes”.

Algo parecido dijeron Marx y Engels cuando afirmaron en La ideología alemana que “no es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia”. Partimos de “la actuación del hombre”, de sus “condiciones reales” de vida, de las amenazas de nuestro tiempo, de los retos a los que nos enfrentamos, para sacar de ahí las ideas que pueden servirnos para superarlos.

En estos años de pandemia y de pérdidas de seres queridos, de preocupación por la biodiversidad y de grandes avances tecnológicos que a alguno le hacen preguntarse si la vida es algo más que procesamiento de datos y algoritmos (Harari, Homo Deus), de crecientes desigualdades económicas y de conflictos bélicos, muchos jóvenes, y también otros no tan jóvenes, se han sentido “apretados por el contorno” (Ortega), por el destino, tan aciago en Ucrania, y también en otros países donde siguen los conflictos bélicos o donde sus habitantes están faltos de atención sanitaria, de centros educativos y de lo más necesario para el bienestar social. Ahí sigue sin resolverse el conflicto entre los israelíes y los palestinos, incapaces de renunciar a la venganza.

Ortega y Gasset

Muchos han descubierto, por seguir usando las palabras de Ortega, “la aspereza, la acritud, la hostilidad de la circunstancia mundanal”. La vida va en serio y es algo más que banalidad, mariposeo, irreflexión, afán de lucro y consumismo, algo más que una hipertrofia de la ligereza frívola de la que nos habló Lipovetsky. Ni ligereza fútil como ideal supremo de la vida ni depresión, agobio y pesantez que sofocan los compromisos éticos y políticos, el trabajo solidario, la creatividad, la libertad de espíritu y la alegría de vivir.

"Muchos han descubierto, por seguir usando las palabras de Ortega, 'la aspereza, la acritud, la hostilidad de la circunstancia mundanal'. La vida va en serio y es algo más que banalidad, mariposeo, irreflexión, afán de lucro y consumismo"

No he incluido yo en mi libro Ideas para vivir la obra de Ortega y Gasset, pero, al recordar aquí algunos de sus pensamientos, quería rendir un pequeño homenaje a un compañero de la infancia recientemente fallecido que era un devoto lector de nuestro filósofo. No podemos no estar de acuerdo con Ortega. Ante los desafíos del tiempo presente no hay que dejarse llevar por el abatimiento. No debemos permitir que nazca en nosotros, como él dice, “el filisteo”, el hombre de miras estrechas. Ante los graves problemas de nuestro tiempo hemos de lograr que nuestro yo se decida con coraje a superar estos desafíos, a imponerse a las adversidades, a “acuñar con su efigie el destino exterior”.

Si, como dice Ortega, “nada debilita tanto los profundos resortes del viviente como el exceso de facilidades” los obstáculos del tiempo presente nos harán más fuertes. La fe cristiana, lo sabemos, no vale nada sin obras; tampoco vale nada sin esperanza. Tal vez algún tipo de iglesia sea superfluo, ese tipo de iglesia que es un obstáculo para la fe porque las vidas poco ejemplares de muchos de sus miembros atrapadas en inhumanas estructuras y la complicidad de la institución con los poderes de este mundo impiden apreciar en su mensaje la realidad de Cristo. “Parece que hoy (2022) no queda ya nada de Iglesia externa”, decía Xabier Pikaza en RD el día 4 de octubre. Acierta al decir que todo ha sido derrumbado por el ansia de poder de unos y otros. Pero Dios no es superfluo, y los cristianos auténticos repensarán la forma de dar ante el mundo testimonio de su fe en Cristo.

Fue precisamente el agnóstico Ortega, como nos recuerda González Ruiz al comienzo del libro antes citado, quien en medio de la indiferencia de un mundo secularizado exclamó con voz vigorosa: ¡Dios a la vista! Pero no creemos en el dios que invocan esas masas de creyentes fanáticos que buscan depuraciones y piden venganza, que en ocasiones hacen correr la sangre de sus hermanos, o que encuentran razones (el origen, la etnia, la clase social…) para discriminar o explotar a sus prójimos. Creemos en el Dios Padre misericordioso que se nos revela en Jesús de Nazaret; creemos que Jesús es el camino, la verdad y la vida, que es la resurrección y que es la luz del mundo, como dice el Evangelio según Juan; creemos que siente compasión de los que caminan ciegos y es capaz de hacer que vean (cf. Mt 20, 29 – 34).

Desde su absoluta trascendencia este Dios que se manifestó con rostro humano en Jesús de Nazaret no compite, como explica González Ruiz, con la autonomía creadora del hombre, sino todo lo contrario: compartiendo nuestra condición humana “estimula al hombre a comprometerse en la aventura de su propia realización intrahistórica”. Por eso nuestra fe cristiana es una fe llena de esperanza en que, con la fuerza del Espíritu que hace posible un cambio de mentalidad, es decir, nuestra conversión, podremos superar las amenazas y los serios desafíos que hacen peligrar nuestras vidas y la habitabilidad de nuestro planeta. Será, sí, ya que “todo es gracia”, obra de Dios, pero realizada con nuestras manos. Las únicas que Él tiene.

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